EL EVANGELIO EN MARCHA
Planificar para orar
Por: John Piper
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho. (Juan 15:7). La oración busca el gozo en la comunión con Jesús y en el poder para compartir la vida de Cristo con los demás.
La oración también busca la gloria de Dios, considerándolo una fuente con reservas inagotables de esperanza y ayuda. Es en la oración donde reconocemos nuestra pobreza y la prosperidad de Dios, nuestra bancarrota y su riqueza, nuestra miseria y su misericordia. Por lo tanto, la oración exalta y glorifica a Dios en gran manera, precisamente porque busca todo aquello que anhelamos en él, y no en nosotros mismos. «Pedid y se os dará… para que el Padre sea glorificado en el Hijo y… para que vuestro gozo sea completo».
A menos que esté muy equivocado, una de las razones principales por las que muchos de los hijos de Dios no tienen una vida de oración significativa no es que no quieran tenerla, sino que no hacen planes para tenerla.
Nos levantamos día tras día con la conciencia de que en nuestra vida debería haber un tiempo de oración considerable, pero jamás tenemos nada listo. No sabemos adónde ir, porque no hemos planificado nada: no hay un tiempo, ni un lugar, ni un modo de proceder determinado. Y todos sabemos que lo opuesto a la planificación no resulta en un maravilloso fluir de experiencias profundas y espontáneas en oración. Lo opuesto a la planificación es el estancamiento.
Por eso, mi simple exhortación es la siguiente: tómese el tiempo hoy mismo para replantear sus prioridades y el modo en que la oración se ajusta a ellas. Tome nuevas resoluciones. Intente embarcarse en una nueva aventura con Dios. Fije el tiempo y el lugar.
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Si le conocemos, hemos de amarlo
Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús,mi Señor (Filipenses 3:8).
El conocimiento espiritual de Cristo ha de ser un conocimiento personal. No podemos conocer a Jesús por el conocimiento que de Él tenga otra persona. No; debo conocerlo por mí mismo; he de conocerlo por mi propia cuenta. Éste será un conocimiento inteligente; tengo que conocerlo no como el visionario lo sueña, sino como la Palabra lo revela. Debo conocer sus naturalezas, la divina y la humana. Tengo que conocer sus oficios, atributos, obras, su afrenta y su gloria.
Debo meditar en Él hasta «que comprenda con todos los santos cuál sea la anchura y la largura y la profundidad y la altura, y conozca el amor de Cristo que excede a todo conocimiento». Será éste un conocimiento afectuoso. Si realmente lo conozco, debo amarlo. Una onza de conocimiento cordial vale más que una tonelada de erudición mental. Nuestro conocimiento de Él será un conocimiento que satisface.
Cuando conozca a mi Salvador, mi mente estará llena hasta el borde; sabré que tengo lo que mi espíritu ansiaba. Este es aquel pan del cual si alguien comiere no tendrá hambre jamás. Este será, al mismo tiempo, un conocimiento estimulante. Cuanto más conozca de mi Amado más desearé conocer; cuanto más alto suba tanto más altas estarán las cumbres que estimulan mis ansiosos pasos. Cuanto más obtenga, más querré. Igual que el tesoro del avaro, mi oro me hará codiciar más.
En resumen: Este conocimiento de Cristo Jesús será un conocimiento muy feliz; sí, será un conocimiento tan animador que a veces hará que me sobreponga enteramente a todas las pruebas, dudas y aflicciones; y mientras disfrute de Él, me hará algo más que «hombre nacido de mujer, corto de días y harto de sinsabores». Este conocimiento esparcirá en torno mío la inmortalidad del eterno Salvador y me ceñirá con el áureo cinto de su eterno gozo. Ven, alma mía, siéntate a los pies de Jesús.