Las tres mentiras que creemos al pecar

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EL EVANGELIO EN MARCHA

Las tres mentiras que creemos al pecar

Por: Gerson Morey *

 

El pecado es un acto de abierta rebeldía contra Dios y una declaración de independencia que hacemos a nuestro Creador. El pecado es una ofensa contra Dios, una deuda que debemos pagar, es una infracción de la ley, es desobediencia, es transgresión, es impiedad y es un poder dominante, destructivo y sobretodo un poder engañoso.

La verdad y la mentira siempre han estado en oposición, incluso desde el comienzo de la creación. En realidad, la caída del hombre sucedió por medio de una mentira. El pecado, la ruina y la muerte entraron al mundo por medio del engaño, por eso mismo, Jesucristo, nuestro redentor, es descrito como lleno de gracia y verdad (Juan 1:14,17). La mentira trajo el pecado. Cristo la verdad.

No olvidemos que el mismo Jesús dijo del diablo: “cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira” (Juan 8:44). El pecado tiene esa capacidad para persuadirnos, convencernos y movernos hacia la desobediencia y la maldad.

Por eso, al pecar, en un sentido muy profundo estamos cediendo a una mentira. Cuando desobedecemos, estamos abrazando el engaño. Cada vez que pecamos, estamos reflejando lo que nuestro corazón está creyendo. Por esta razón cuando el profeta denunciaba la rebeldía de Jerusalén, les dijo “Abrazaron el engaño, y no han querido volverse” (Jeremías 8:5). El pecado es un abrazo a la mentira. El mismo Jeremías les dijo al pueblo que el juicio que Dios les enviaba es “porque te olvidaste de mí y confiaste en la mentira” (Jeremías 13:25).

Entonces, a continuación, algunas de las mentiras que creemos al pecar. Cuando pecamos, estamos creyendo todas o una de estas tres mentiras:

 

CREEMOS LA MENTIRA DE QUE TENEMOS EL DERECHO A PECAR

Es decir, algunos pecados los excusamos en nuestra consciencia pensando que lo que estamos haciendo está justificado. En ocasiones, esa consciencia nos lleva a tomar la justicia por nuestras manos.

Por ejemplo, cuando nos ofenden, nos maltratan o nos faltan al respeto respondemos también con otra ofensa o maltrato y hasta justificamos la falta de perdón y el resentimiento que sentimos. En otras palabras, nos creemos con derecho a vengarnos, a permanecer resentidos y con ira, con aquellos que nos ofenden o que nos han tratado injustamente. Por eso, a veces pecamos pensando que estamos en nuestro derecho de hacerlo. Es ante esta noción que el Señor advierte “no os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito esta: Mia es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).

Otro ejemplo de esto lo he visto en cristianos que mienten en sus declaraciones de impuestos, pensando que han trabajado mucho, que lo que ganan no compensa su esfuerzo y que el gobierno “ya les quita mucho dinero”. Esta forma de pecado también ocurre cuando el empleado quiere sacar alguna ventaja ante su empleador porque siente que no es tratado justamente. Así, el hombre se erige como su propio juez que aprueba y justifica su maldad, ignorando que ningún pecado será justificado delante de Dios. Nadie tiene autoridad para quebrantar la ley divina. Ningún ser humano tiene derecho a desobedecer a Dios.

 

CREEMOS LA MENTIRA DE QUE ESE PECADO TRAERÁ VERDADERA Y PERMANENTE SATISFACCIÓN

El pecado promete gozo, pero en verdad es un gozo temporal, un deleite ficticio y al final destructivo. El escritor de Hebreos describe esto al hablar de los “placeres temporales del pecado” (Hebreos 11:25). Y Pablo habla del pecado como “deseos engañosos”, (Efesios 4:22) pues son deseos que al final no producen ni ofrecen lo que promete.

Cuando pecamos, hemos creído en lo más profundo de nuestro corazón la mentira de que ese pecado producirá deleite y satisfacción verdaderas. El diablo muchas veces nos ofrece placer, alegría y los reinos de este mundo (Mateo 4:9) al costo de desobedecer a Dios. Los hombres pecamos cuando hemos creído en nuestro corazón esa mentira.

La verdadera satisfacción viene cuando obedecemos y vivimos para la gloria de Dios. El gozo viene cuando Dios es nuestro más elevado tesoro y hacemos todas las cosas para traer gloria a Su nombre. Dios es la única, permanente y verdadera fuente de gozo. No el pecado. Por eso el salmista decía, “en tu presencia hay plenitud de gozo; en tu diestra, deleites para siempre” (Salmos 16:11).

 

CREEMOS LA MENTIRA DE QUE ESE PECADO NO TENDRÁ CONSECUENCIAS

Quizá este es el aspecto mas decisivo de los tres. En realidad, así fue como entró el pecado en el mundo: los primero humanos creyeron que su desobediencia no tendría consecuencia. “No moriréis”, le dijo la serpiente a Eva, aún cuando Dios ya había dicho lo contrario. Y ella lo creyó (Genesis 3:4). Cuando pecamos, estamos convencidos en nuestro interior que nuestra desobediencia, maldad y pecado no tendrán efectos negativos. Incluso si mentalmente sabemos que la “paga del pecado es muerte”, no obstante, al pecar demostramos que nuestro corazón no lo cree. Si estuviéramos persuadidos, creyendo en las terribles y destructivas consecuencias del pecado, no cederíamos tan fácilmente a la tentación.

Más allá de las consecuencias terrenales, debemos tener presente que el pecado interrumpe nuestra comunión con Dios, afecta nuestra santificación y corrompe cada día más nuestro corazón. Esta última consecuencia es muchas veces ignorada por los creyentes. En el mismo pasaje citado arriba el apóstol Pablo dice que el viejo hombre se “corrompe según los deseos engañosos” (Efesios 4:22). En otras palabras, los deseos y los actos pecaminosos nos van corrompiendo más y más.

El pecado nubla nuestra visión de Dios, endurece nuestros corazones y socava nuestra confianza en el Señor. El pecado produce incredulidad, reduce nuestro gusto por las cosas celestiales, nos insensibiliza a la maldad y nos hace más inmundos. Como decía un antiguo teólogo, “la práctica del pecado nos hace más pecaminosos”. Por eso otra de las terribles consecuencias del pecado es que corrompe al pecador, y el diablo nos hace creer lo contrario.

 

CONCLUSIÓN

Que el Señor nos conceda corazones que confíen en su Palabra. Que no sólo tengamos un conocimiento teórico de la verdad, sino que nuestros corazones estén comprometidos con ella.

Es decir, que no sea sólo un encuentro mental y casual con la verdad. Que la escuchemos, que la abracemos, la atesoremos, dependamos y andemos en ella. Que seamos llenados y dominados por la verdad, porque “si decimos que tenemos comunión con El, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad” (1 Juan 1:6). Y para esto necesitamos de Dios, de su ayuda y asistencia. Necesitamos desesperadamente de Su Espíritu. Como lo decían los puritanos: “Guárdame de engaño para que me hagas vivir en la verdad; Del mal, ayudándome a caminar en el poder del Espíritu. Dame más fuerza de fe en las verdades eternas….”.¹

 

*Gerson Morey es autor del blog cristiano El Teclado de Gerson. Puedes encontrarlo en Twitter: @gersonmorey.