Él nunca se olvida del clamor de los afligidos

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EL EVANGELIO EN MARCHA

Él nunca se olvida del clamor de los afligidos

Por: John Piper

  He aquí, él ora (Hechos 9:11). Las oraciones son oídas instantáneamente en el cielo. Cuando Saulo empezó a orar el Señor lo oyó. Aquí hay aliento para el alma afligida que ora. Un pobre atribulado dobla a menudo sus rodillas, pero solamente puede expresar su lamentación en el lenguaje de los suspiros y de las lágrimas. Sin embargo, aquel gemido ha hecho que todas las arpas del cielo vibrasen con música, y aquellas lágrimas fueron recogidas por Dios y atesoradas en el lacrimatorio del cielo.

  «Pusiste mis lágrimas en tu redoma», significa que fueron recogidas mientras caían. El suplicante, cuyos temores impiden sus palabras, será bien entendido por el Altísimo. Él sólo puede rogar con ojos humedecidos, pero «la oración es la caída de una lágrima». Las lágrimas son los diamantes del cielo; los suspiros forman una parte de la música del séquito de Jehová, y están contadas entre «las más sublimes melodías que llegan hasta la majestad en las alturas».

  No pienses que tu oración, aunque sea débil o temblorosa, será desatendida–. La escala de Jacob es alta, pero nuestras oraciones se apoyarán en el Ángel del pacto, y así subirán por sus brillantes peldaños. Nuestro Dios no solo oye la oración, sino que le agrada oírla.

  «Él no se olvida del clamor de los afligidos.» Él no atiende, es verdad, a los de rostro altivo y a los que usan palabras altisonantes; no le gustan la pompa y el fausto de reyes; no escucha la música marcial; no presta atención a la vanagloria y a la ostentación del hombre. Pero donde haya un corazón lleno de tristeza, un par de labios que se estremecen de angustia, un profundo gemido o un suspiro de arrepentimiento el corazón de Jehová se abre.

  Él anota ese caso en el libro de su memoria; pone nuestras oraciones, como si fueran pétalos de rosa, entre las páginas de su libro de recuerdos y cuando, al fin, ese libro se abra, saldrá de él preciosa fragancia.

 

Los sufrimientos de Cristo en nosotros

  Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia. (Colosenses 1:24).

  Cristo preparó una ofrenda de amor para el mundo por medio de su sufrimiento y muerte por los pecadores. Es un acto completo y no carece de nada, excepto de una cosa: la presentación personal de Cristo mismo a las naciones del mundo.

  La respuesta de Dios ante esta carencia es llamar al pueblo de Cristo (a personas como Pablo) para que hagan una presentación personal de las aflicciones de Cristo al mundo. Al hacer esto, cumplimos «lo que falta de las aflicciones de Cristo». Terminamos aquello para lo que fueron planeadas, es decir, una presentación personal a la gente que desconocen su infinito valor.

  Pero lo más asombroso de Colosenses 1:24 es el modo en que Pablo cumple lo que falta de las aflicciones de Cristo. Lo que él dice es que sus propios sufrimientos completan las aflicciones de Cristo. Esto significa que Pablo expone los sufrimientos de Cristo sufriendo él mismo por aquellas personas que intenta ganar. En sus sufrimientos, ellos ven los sufrimientos de Cristo.

  La notable conclusión es que la intención de Dios es que las aflicciones de Cristo sean presentadas al mundo por medio de las aflicciones de su pueblo. Dios realmente quiere que el cuerpo de Cristo, la iglesia, experimente parte del sufrimiento que Cristo atravesó, para que cuando proclamemos la Cruz como el camino a la vida, las personas puedan ver las marcas de la Cruz en nosotros y sientan el amor de la Cruz a través nuestro.