Una historia personal de triunfo con sacrificio

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Jorge Granados en el puerto de San Diego, California en la plataforma de un crucero, listo para iniciar un paseo de 18 días por el Pacífico en compañía de su esposa Bessy.

Por: Ramón Jiménez

  Quien diría que el muchacho flaco y de pelo ondulado que vivía en un remoto caserío en el oriente salvadoreño, que para llegar a la escuela primaria tenía que caminar a pie casi dos horas diarias —ida y regreso— y experimentar ciertas limitaciones en su numerosa familia, que en algunos casos solo eran deseos reprimidos: como la alegría de estrenar un par de zapatos o comprar ropa nueva y otras necesidades básicas que cubrían con cierta dificultad; finalmente encontraría la ruta del progreso con la ayuda de personas generosas que se cruzaron en su camino como “caídas del cielo”, pero más que todo por el esfuerzo propio y los deseos de superación que nunca le faltaron.

  Su vida se movía entre las comunidades de San Juan, municipio de Yamabal, en casa de sus tíos Reinaldy y Corina Benítez; y San Bartolo, en Guatajiagua, ambos en el Departamento de Morazán; y en el cantón Mayucaquín, Departamento de San Miguel. En esa hacienda tenían casa sus abuelos paternos Abelardo Granados y Vidal Benítez, donde uno por uno, los hermanos Granados por ley familiar tenían que hacer “la platada” (simbólicamente estar de alta en el servicio militar) durante tres años, hasta que regresaban bien “adiestrados” a casa de sus padres Eugenio Granados, un papá muy responsable; y su madre Juana Francisca Machado, muy solidaria y caritativa.

  En casa de su abuelo recibió las enseñanzas del primer grado con la ayuda de su tía Mercedes, quien le enseño a leer y escribir en casa. También montaba a caballo con su abuelo, quien además tocaba guitarra y la pasaba bien a su lado, aunque era estricto. Cuando regresó a su casa lo matricularon en 1er. Grado, y casualmente le tocó con su tía Conchita Ticas, quien era la única maestra en el cantón de San Bartolo.

  Ese muchacho era Jorge Granados, el quinto de doce hermanos —cuatro mujeres y ocho hombres— que para subsistir desde muy pequeños trabajaban en la agricultura junto a su padre en San Bartolo, un señor que les enfatizaba mucho la disciplina a sus hijos.

  Con la ayuda de sus tíos Reinaldy y Corina, Granados terminó el 6o. Grado y luego le dieron la oportunidad de estudiar en el Seminario Somasco de la capital salvadoreña el 7o y 8o, donde estuvo internado y cuyos estudios los costeaban sus tíos. Pero luego regresó a su natal Guatajiagua, donde finalizó su educación básica (9o. Grado), para luego iniciar estudios secundarios de Bachillerato Industrial en el Instituto Nacional Isidro Menéndez (INIM) en la ciudad de San Miguel, a unos 35 kilómetros de su casa, donde se tuvo que mudar para prepararse mejor académicamente. En los gastos le ayudaban sus tíos y su papá, pero tenía que trabajar de noche.

  “No fui un estudiante excelente, pero tenía el compromiso y el deseo de salir adelante en la vida”, recuerda.

El joven Granados como centinela de turno en el barco M.V. Lokris. Foto cortesía.

PRIMEROS TRABAJOS

  Ahí aprendió cosas básicas que luego las puso en práctica en algunos trabajos modestos que encontró tanto en San Miguel, en la fábrica de sacos de henequén Salvamex, así como en Mataderos de El Salvador, una gigantesca planta procesadora de carnes en la población de Apopa, en las afueras de la capital San Salvador; aunque vivía en Quezaltepeque, Departamento de La Libertad.

  Para conseguir trabajo en la planta procesadora tuvo que tocar de puerta en puerta por tres días seguidos, hasta que finalmente lo contrataron. En ambas empresas los salarios eran muy bajos, que a duras penas le servían para cubrir sus gastos diarios. Aun así, cada vez que iba a visitar a su familia le dejaba una pequeña ayuda a su madre.

  “Al salir de mi cantón, me di cuenta que en medio de muchas limitantes había otras posibilidades de superarse”, dijo.

  Aunque estaba poniendo en práctica sus conocimientos adquiridos en la secundaria, los ingresos no eran lo suficiente y sus deseos de superación seguían buscando nuevos rumbos.

A BELICE

  Fue leyendo la revista “Selecciones”, en un día ocioso en el trabajo, donde se enteró que había oportunidades de trabajo en Belice. Hasta que a fines de 1976 decidió partir rumbo a la ciudad de Belice. Pero no quiso ir solo e invitó a su hermano menor (Neftalí), acción que no le cayó en gracia a su familia, ya que ese hermano era el mejor trabajador de los que habían quedado en casa.

  Antes de partir a Belice, sucedió algo que Granados nunca se lo esperó. Fue cuando su mamá sacó un pequeño ahorro que guardaba en un pañuelo blanco entre sus pertenencias.

  “Nunca olvido ese gesto de mi mamá, ese ahorro era el poco dinero que yo le daba todos los meses cuando me pagaban; por supuesto que no se lo acepté, pero nunca lo olvido, fue una acción muy linda de su parte”, recordó.

  Al llegar a la ciudad de Belice trabajó en una cervecería en mantenimiento de máquinas como soldador. En esa época Belmopan no era la capital beliceña; los mejores trabajos estaban en la ciudad que Granados y su hermano escogieron, por ser un puerto. Luego su hermano trabajó en un barco pequeño que transportaba gente y mercancía por El Caribe.

En una de las actividades anuales de la organización COTSA, en Silver Spring, Maryland. Foto cortesía.

EN EL PUERTO DE ACAJUTLA

  Regresamos a El Salvador y nos fuimos al Puerto de Acajutla a buscar trabajo en los barcos y encontramos trabajo en un barco griego llamado Cristina I. En esa época los griegos eran los que manejaban las flotas mercantes con embarcaciones de gran tamaño. Cristina I fue el primero de una larga lista de embarcaciones. De el Puerto de Acajutla, en el Pacífico salvadoreño salieron rumbo a Panamá y en seguida a Cuba.

  Los dos hermanos iniciaron su nueva vida de marinos al mejor estilo de Simbad, o quizás de Popeye, dos legendarios personajes ficticios relacionados con la marina mercante.

  Después de conocer Grecia, que era la bandera que usaban los barcos mercantes, Granados y su hermano conocieron muchos países alrededor del mundo, aunque no siempre compartían la misma embarcación. Después de seis años en alta mar y de puerto en puerto alrededor del mundo, llegó el tiempo de regresar a su país, cuando Granados ya era 3er. ingeniero en la compañía naviera Golandris o sea un oficial del barco, ya que aprendió a hablar el idioma griego.

  Eran los tiempos de la Guerra Civil en El Salvador del año 1980 cuando viajó en avión a su país de vacaciones, por lo que tuvo que enfrentar algunos problemas serios al llegar por primera vez y mostrar su pasaporte, donde aparecían los nombres de los países visitados por su trabajo incluyendo Cuba, Rusia, China, Corea y otros países con lo que los gobiernos militares de esa época no tenían relaciones diplomáticas, y sospecharon que pudo haber recibido entrenamiento guerrillero en esos países.

  Fue una experiencia agridulce: visitar su país y su familia después de varios años, pero ser mal recibido por las autoridades salvadoreñas. Al regresar no habían hecho grandes sumas de dinero pero construyeron una casa en San Miguel.

En la Plaza de San Pedro, en Roma el día de la Canonización de San Romero, cuya foto se ve al fondo. Foto cortesía

EN ESTADOS UNIDOS

  Después de visitar a su familia en Guatajiagua tuvo que salir de nuevo con destino a Nueva York para embarcarse de nuevo, pero decidió quedarse en Estados Unidos e iniciar una nueva vida, muy dura por cierto; haciendo todo tipo de tareas en la construcción como demoler paredes, construcción o remodelación de edificios en Washington, D.C. junto con su hermano Neftalí, quien llegó primero a Maryland.

  Pero sus deseos de superación lo condujeron a iniciar su propia compañía junto con su hermano (G&M Brothers), donde también empleaban a una veintena de trabajadores. Tenían sus propios contratos pero al mismo tiempo hacían trabajos como subcontratistas. Mantuvieron el negocio por cinco años (1984 a 1989), debido a que los trabajos de construcción se vinieron abajo en esa época.

  Granados, y su hermano ayudaron a cuatro hermanos menores a radicarse en Estados Unidos, aunque antes que llegaran a este país también les ayudaban con lo que devengaban en los barcos.

“Desde que anduvimos en los barcos a mis padres nunca les faltó nada, incluso se mudaron a la casa de San Miguel en la época de la guerra civil”, recalcó.

  En 1986 Granados, entonces de 32 años, compró su primera casa en Washington, D.C. —con parte del dinero que ahorraron en los barcos—, aunque luego se mudó a Takoma Park, Maryland para luego regresar a la capital estadounidense.

  Mientras hacía trabajos en construcción, Granados recibía clases de inglés e ingresó a la universidad y se graduó como técnico en Arquitectura e Ingeniería. Al poco tiempo obtuvo una licencia como agente de Bienes Raíces, ocupación que mantiene junto con su esposa Bessy —originaria de El Sauce pero criada en Santa Rosa de Lima, La Unión— a quien conoció mientras hacían el cierre de venta de una propiedad; él como realtor y ella como oficial de préstamos hipotecarios.

  Al poco tiempo se casaron y hasta la fecha laboran juntos en su profesión, no solamente en casos relacionados con los bienes raíces, sino en apoyar a organizaciones no lucrativas que ayudan a las comunidades inmigrantes que se radican en la región metropolitana de Washington.

Jorge y Bessy Granados disfrutan a la orilla de un lago. Foto cortesía.

CASA DEL PUEBLO

  Granados fue uno de los fundadores y dirigentes de La Casa del Pueblo, La Clínica del Pueblo, el Centro de Recursos para Centroamericanos (CARECEN), Casa de Maryland, el Comité de Solidaridad Monseñor Romero, el Comité Pro-Guatajiagua, y más recientemente las Comunidades Transnacionales Salvadoreñas Americanas (COTSA), una entidad sombrilla para una quincena de grupos comunitarios organizados, que ayudan a sus comunidades de origen en diferentes puntos del territorio salvadoreño, en su mayoría en la zona oriental del país.

  Desde hace más de diez años Granados y su esposa también participan en las actividades que realiza la entidad Sister Cities del condado de Montgomery, Maryland, por medio del cual lograron el Hermanamiento Morazán-Montgomery, y junto con las autoridades del condado han integrado delegaciones que se han reunido con algunas comunidades, en vías de incrementar y estrechar los lazos educativos, de salud, y otras áreas.

  Como resultado de ese Hermanamiento han logrado que la Universidad de El Salvador abriera un Centro Universitario en San Francisco Gotera, y compraron un terreno para que se construya un Campus Universitario, que sustituya al que funciona actualmente en locales alquilados y solo ofrece cuatro carreras técnicas.

CON LAS COMUNIDADES

  “En Cotsa apoyamos a las comunidades de donde somos originarios. Uno debe ser agradecido y tiene que dar a la gente que tiene menos posibilidades en nuestro país; he dado mucho en cuestiones sociales, no solo para mí”, remarcó.

  Debido al incremento de casos de pacientes con insuficiencia renal en Guatajiagua, Yamabal y Sensembra y sus alrededores, en la actualidad Granados y su esposa están trabajando a través de la Fundación Jorge y Bessy, para proporcionarles tres máquinas de diálisis y un purificador de agua, a instalarse en el Hospital de San Francisco Gotera. El hospital se ha comprometido en dar transportación a los pacientes durante diez años.

  Como Comité Pro- Guatajiagua en su comunidad han hecho muchos trabajos como llevar agua potable a más comunidades, un centro de capacitación y desarrollo donde por algunos años enseñaron carpintería, aire acondicionado, corte y confección, panadería, centro de computación, y otras capacitaciones, y lo más importante son las becas universitarias.

  “Eso lo hacemos para que se desarrollen y aprendan a hacer algo; ya que se vienen a este país sin saber nada como la mayoría de nosotros, sin tan siquiera preparación académica; por eso les dimos entrenamiento para que tengan noción del trabajo”, señaló.

Durante la graduación de sus hijos Jorge Hernán y Erica, junto a Bessy y la hija menor Xochitl. Foto cortesía.

SATISFECHO POR LO REALIZADO

  En la actualidad, Granados tal vez no sea millonario, pero siente la satisfacción de que sus ingresos los ha compartido primero en la educación superior de sus hermanos menores. Dos de ellos son ingenieros civiles, graduados de la Universidad de Monterrey, México, lugar donde reside uno. El otro regresó a San Miguel y posee una oficina de consultoría relacionada con su trabajo. Dos de sus hermanos ya fallecieron así como sus padres, quienes en 1995 partieron al más allá con solo siete días de diferencia el uno del otro, después de compartir 49 años de matrimonio.

  “Esa es una de las experiencias más duras que he tenido en toda mi existencia; pero me siento satisfecho que a pesar de la distancia, mientras mis padres estuvieron vivos, les cumplí como hijo”, destacó Granados.

  En 2014, cuando Granados cumplió sus 60 años fue a recorrer a pie los lugares donde pasó su niñez y adolescencia e invitó a personas que fueron parte de su vida en esa época.

  Después de ayudar en la educación superior a sus hermanos, siguieron sus propios hijos —tres mujeres y un hombre— quienes ya se graduaron en tres diferentes universidades estadounidenses (Illinois, Texas y Georgia) y más recientemente en una de Nueva York.

  Una de sus hijas, Erica, por su alto rendimiento académico, tuvo el honor de ser la oradora escogida (Valedictorian) entre cientos de estudiantes, durante el acto de graduación de la prestigiosa Universidad de Loyola en Chicago, donde terminó sus cuatro años de universidad, y luego su Maestría en Women’s Studies en Texas Woman’s University, en Justicia Social.

El día de la graduación de su hija Astrid como abogada. Foto cortesía.

  Su otra hija, Astrid, se graduó de abogada de NYU y antes en Emory University de Atlanta, Georgia; mientras que su hijo, Jorge Hernán, se recibió en Ciencia y Física, en Texas Wesleyan University, en Dallas-Fort Worth y ahora es profesor en Washington, D.C., algo que disfruta haciendo. La cuarta hija, Xochitl, estudia en Bucknell University de Pennsylvania.

  “Me siento alegre y satisfecho por darle la educación a mis hijos y porque ellos han sido responsables”, señaló el orgulloso padre, quien se quedó solo con el deseo de ir a la Universidad Nacional de El Salvador (UES) porque tuvo conflicto con el horario de su trabajo en Mataderos de El Salvador, aunque para consolar su frustración, cuando podía iba a los salones de clase y se sentaba con los otros estudiantes, solamente a escuchar.

  Reconoce Granados que lo que le ayudó mucho a ser un hombre de bien son los valores que uno trae, y lograr todo lo cosechado fue andar con gente de valores, con un compromiso social y deseos limpios de tender la mano.

  “Hay que tener esa sed de mejorar en la vida; el dinero es importante pero no es todo en la vida; me da gusto saber que tengo lo necesario para vivir, estoy feliz con lo que tengo, porque cuando uno muere no lo recuerdan por el dinero que acumula, sino por lo que hizo por otras personas”, apuntó.