Saturday, July 6, 2024

El amor que Dios odia

(1 JUAN 2:15-17)

POR: REV. JULIO RUIZ*

INTRODUCCIÓN

La presente declaración pareciera una contradicción, pero aquí tenemos a Dios odiando al mundo. Y esto es interesante porque es Juan quien define a Dios con un amor perfecto; observe como en un solo capítulo (1 Juan 4:7, 8, 11, 16) habla del mismo tema. Esto nos recuerda que, así como Dios ama perfectamente, también odia perfectamente. Entonces ¿será cierto la frase dicha por Mahatma Gandhi, que “Dios aborrece al pecado y ama al pecador?”.   Dios aborrece la mirada altiva, los orgullosos de corazón, la lengua mentirosa, las manos que derraman sangre, los codiciosos, quienes tienen un corazón lujurioso. Dios aborrece también los pies que corren velozmente hacia el mal. Dios aborrece al testigo falso, odia el divorcio (Malaquías 2:16), odia la idolatría (Amós 5:21). Dios “está airado contra el impío todos los días” (Salmo 7:11). No ame usted nada de lo que Dios odia. Este es el sentido de estos tres versículos que Juan nos ha dejado. ¿Qué le plantea esto al creyente? De igual manera, él debería odiar también lo que Dios odia. En este sentido, hay un solo “divorcio” que Dios permite: la separación del creyente del mundo. Jesucristo nos ha dicho que cuando esto hacemos, será el mundo quien nos odiará (Juan 15:19). Un hombre le preguntó hace tiempo al Señor Moody lo siguiente: “Ahora que me he convertido, ¿tendré́ que dejar el mundo?”. El Señor Moody le contestó: – De ninguna manera, usted no tiene que dejar el mundo. Pero si su testimonio cristiano es bien claro, el mundo lo va a dejar a usted y muy pronto”. Jesucristo dijo que no podíamos servir a dos señores (Mateo 6:24). ¿Cuál es el amor que Dios odia? ¿Nos está pidiendo Dios odiar todo lo que nos rodea?

I                EL AMOR AL MUNDO DESPLAZA EL AMOR A DIOS

1. “No améis al mundo…” v. 15a.  Ahora, cuando hablamos del mundo, ¿de qué estamos hablando? La palabra “mundo” tiene varios significados. Por un lado, podríamos estar hablando del orden creado. Hay un mundo físico compuesto por la naturaleza de los seres vivos. Hay un mundo sideral compuesto por el universo. Hay un mundo donde viven los hombres y lo demás creado, y a ese mundo Dios “lo hizo hermoso en su tiempo” (Eclesiastés 3:11). Ese mundo debemos amarlo y cuidarlo, porque de acuerdo con el salmista ellos “cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1).  El mundo creado por Dios está lleno una belleza arriba y otra abajo. Mire usted un atardecer o un amanecer; mire usted la aureola boreal. Qué decir de la belleza de los mares, los ríos, las flores, la nieve… Entonces, el mundo del cual habla Juan no es el visible y hermoso, sino el invisible. No es el cosmos de un orden establecido, sino del caos traído por el pecado. Hay un mundo ordenado y otro desordenado. El mundo que odiaba a Jesús es el mundo de maldad, miseria, corrupción, y violencia, como el mundo antediluviano. Ahora es el mundo dirigido por Satanás, donde él es su príncipe; y ese mundo te invita para que cambies de lealtad.

2. “… y las cosas que están en el mundo…” v. 15b. Ya hemos dicho que Juan no nos pide odiar al mundo creado por Dios. De esta manera, “las cosas que están en el mundo” son una clara referencia al sistema espiritual invisible de maldad dominado por el pecado y Satanás. Ese mundo invisible de maldad se le va a presentar al creyente todos los días para desviar su atención de Dios y termine amándolo. Satanás domina el arte del camuflaje y de la vestimenta. Bien sabe el enemigo que al presentarle al creyente el mejor atractivo para amar al mundo y las cosas que están en él, lo hará caer. ¿Por qué cree usted que la Biblia habla de Satanás como ángel de luz? Porque serán sus atractivos que despertarán sus deseos, conocidos por la Biblia como la concupiscencia o deseos desordenados.  Satanás debió usar algo extremadamente atractivo, no visto en el Edén, para hacer pecar a Adán y Eva contra Dios. Hay cosas en el mundo que serán más atractivas, muy conocidas por Satanás, y mucho más “agradables” para que tú comiences a amar más al mundo, y de esa manera tu amor a Dios comienza a ser desplazado. El mundo te presentará muchas opciones para preferirlo en lugar de Dios. La fruta prohibida pareciera ser mejor que las demás del huerto.

3. “… el amor del Padre no esta en él” v. 15c. La declaración de este texto no da lugar a términos medios. No hay otro color entre blanco y negro en el asunto de amar a Dios. No se puede amar a Dios y al mundo a la vez. En este caso, o eres un cristiano genuino cuya vida es un apego a un amor profundo a Dios, o un no creyente que está en rebelión permanente con Dios, porque su más grande amor es por el mundo. Este es un texto extremadamente serio. Una persona en quien no more el amor del Padre necesariamente tendrá que amar otra cosa, pero estará siempre huérfana de ese amor. Solo imagínese por un momento lo que es no tener el amor del padre, la madre y hermanos. Pues si esto es triste, imagínese no tener el amor de Dios el Padre. El asunto es que Dios no comparte su amor con nadie. Si en mi corazón me he enamorado del mundo, y amo lo que en él hay, debo saber que no puedo contar con el amor de Dios. Jesucristo lo dijo de una manera categórica al referirse que no podemos servir a dos señores (Mateo 6:24). Si amamos al mundo quedamos desprovistos del amor del Padre. Dios le retiró a Esaú su bendición, a Saúl su unción, a Sansón sus fuerzas y a Judas su salvación. Si Dios les quita el amor a sus hijos ¿en qué condición quedará esa alma?

II              EL AMOR AL MUNDO ACTIVA LOS MALOS DESEOS

1. El mundo y los deseos de la carne v. 16ª. Juan reconoce que los creyentes iban a estar expuestos a los deseos de este mundo. ¿Cuáles son esos deseos? Hay deseos de sobresalir por encima de los demás. Vea esto en una escuela, en el trabajo, y, aún más, en la iglesia. Lamentablemente la iglesia es la que más está expuesta al amor del mundo. Todo creyente es invitado a amar del mundo. Una sola mirada a sus ofertas tentadoras, y ya comenzamos a enamorarnos de él y después comprometernos con él a través de “los deseos de la carne”. Estos deseos van más allá de los pecados de la carne, aquellos que siempre están asociados con los pecados sexuales. La referencia de esto es a las ambiciones mundanas y los objetivos egoístas. Los deseos de la carne lo único que hacen es medir las cosas bajo el barómetro de las demandas materiales. Los deseos de la carne contribuyen a la glotonería, a buscar siempre el lujo, al hacerse esclavos del placer, codiciosos de lo prohibido y un gran relajo moral. Quien esto hace no puede amar a Dios. Y esto es así, porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, en la afirmación de Pablo cuando habla del fruto de la carne (Gálatas 5:16-17).  

2. El mundo y los deseos de los ojos v. 16b.  Todos coincidimos que no hay cosa más grata para el ser humano que contar con una vista sana. Siempre nos imaginamos lo que se pierde una persona ciega cuando no puede distinguir los colores y la belleza de lo creado. Aunque para sorpresa de muchos, hay “ciegos” que llegan a ver mejor que los que tenemos buena vista. El asunto es que los ojos son las puertas que nos comunican con el mundo externo. Es lo que nos permite distinguir entre lo bello y lo feo, entre blanco y negro, entre lo grande y lo pequeño. Pero los ojos, según la visión del apóstol, también son causa de pecado, sobre todo cuando ellos despiertan en nosotros la codicia de las cosas prohibidas. El asunto es que Satanás usará siempre nuestros ojos como avenidas estratégicas para inducirnos a pecar. Mire lo que hizo con Eva al tomar del fruto prohibido. Mire lo que hizo Acán cuando tomó el lingote de oro y un manto babilónico. Mire lo que hizo con David al tomar la mujer prohibida. Aún más, mire lo que quiso Satanás con Jesús cuando le mostró los reinos del mundo. Los deseos de los ojos miraran siempre lo codiciable, pero el resultado es muerte espiritual.

3. El mundo y la vana gloria v. 16c. Hay una gloria que es hermosa, espiritual y eterna; estamos hablando de la gloria de Dios. El creyente nació para esa gloria y debe proclamar esa gloria. Pero la gloria personal, aquella donde hay hombres casados con el mundo, que la viven y la disfrutan no es la gloria de un creyente. “La vana gloria” es todo aquello que apela a la jactancia, arrogancia, orgullo o soberbia. Vea esto en los logros personales, en la belleza física, en el orgullo de algún abolengo y los tesoros terrenales, y quien esto ama no podrá ser amado por Dios. La única gloria para amar es la gloria de Dios. Cuando amamos la gloria de Dios nos alejamos de la vanagloria del mundo. Cuando amamos a Dios y no al mundo nos postramos en adoración y en humillación ante su gloria. Cuidemos nuestros corazones para que no se incube  ninguna gloria propia, sustituyendo la real gloria de Dios. No permitamos que ninguna gloria del mundo nos aleje del amor del Padre. Pablo nos recuerda que fuimos creados para exaltar su gloria (Efesios 1:6). Que nada nos quite ese gozo y privilegio.

III            EL AMOR AL MUNDO ENFRENTA A LA VOLUNTAD DE DIOS

1. El mundo y sus deseos pasan v. 17. No podía ser de otra manera. El mundo y sus deseos no son para siempre, y ninguna de estas cosas “proceden del Padre”. No puede proceder de Dios lo que Él mismo aborrece.  Muy pronto el diablo con su reinado perderá su poder y su control, porque tiene fecha de duración. El pecado con su dominio dejará de existir. La perversidad de los poderes invisibles que controlan y dirigen la maldad pasarán. Los deseos de la carne y de los ojos pasarán. Una poderosa razón para no amar a este mundo es porque el mundo pasará. Bendito el día cuando ya no estemos en este mundo con sus noticias de crímenes, robos, violaciones, guerras, injusticias y toda la perversidad de Satanás, sabiendo que su final está cerca. Esta verdad bíblica ha sido descrita por Pablo dice: “ la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora…” (Ro. 8:21-22). El mundo y sus deseos pasarán, porque son temporales, pero todo lo de Dios, incluyendo su amor, permanece para siempre.

2. La voluntad de Dios permanece v. 17b. La voluntad del hombre siempre será variable y sujeta a los cambios de ánimo, sentimientos y circunstancia cada día, y por eso no permanece.  El mundo te presenta un goce temporal, sin embargo, la voluntad de Dios te presenta un goce permanente. Amar el mundo es hacer la voluntad de aquel que lo controla con sus ofertas y placeres. Pero hacer la voluntad de Dios es vivir bajo la dirección divina, la que más seguridad nos pueda dar. Su voluntad no cambia porque tiene que ver con su carácter santo y su determinación de cumplir todo lo que ha dicho en su palabra, visto en sus promesas para felicidad del hombre. Todos los reinos y gobiernos de este mundo pasarán, los malos y los buenos. Todo lo que tenemos ahora y todo lo somos pasará. La llegada de los años significa que usted está pasando, y pasará. Debo darle otra connotación a mi vida que no sea basada en lo temporal, sino en lo eterno. No amamos al mundo porque al final ese amor no satisface, sino que destruye, pero si deseamos hacer la voluntad de Dios, ella permanecerá. Al final de esto, qué preferimos ¿amar al mundo o hacer la voluntad de Dios?  

CONCLUSIÓN: Si alguien enfrentó al mundo y a su príncipe fue Jesús. Desde el mismo comienzo de su ministerio Satanás le presentó tres ofertas que involucra los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. Satanás sabía que después de cuarenta días de ayuno Jesús tendría hambre, así que apeló a los deseos de la carne (Mateo 4:3, 4). Pero Jesús responde a esa tentación diciendo: “no sólo de pan vivirá en el hombre” (Deuteronomio 8:3).  La próxima tentación fue con la vana gloria de la vida. Satanás sabe muy bien cómo explotar aquello donde a los hombres les gusta usar su poder para la grandeza propia y la exhibición (Mateo 4:6; Salmo 91:11, 12). Por último, apeló al deseo de los ojos para que mirase los reinos del mundo y los tomará con la condición de adorarlo, postrado en su presencia (Mateo 4:8).  Al final Jesús triunfó, y el diablo le dejó, diciendo quién debería ser adorado. “No améis a mundo”, este es el mandamiento de hoy. Si amamos al mundo, de acuerdo con todas estas apetencias, el amor del Padre no puede estar en nosotros. En la medida que amamos a Dios ya no habrá oportunidad para que el amor al mundo ocupe su lugar. Entonces, que nuestro amor a Jesucristo nos lleve a aborrecer lo que Dios aborrece.  

     Julio Ruiz es pastor de la Iglesia Bautista, Ambiente de Gracia, ubicada en la 5424 Ox Rd. Fairfax Station, VA 22039 Tel. 571-251-6590 (pastorjulioruiz55@gmail.com)

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