(LUCAS 1:57-66)
Por si no lo sabía, Lucas 1 es el capítulo más largo del Nuevo Testamento. Por tal razón todavía seguimos bajo los pormenores de la investigación del historiador Lucas, añadiendo a cada parte de su relato asuntos que hacen enriquecedor esta historia.
Como es un relato continuado, Lucas retoma el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista, traído por el ángel Gabriel, y después de haber dedicado 30 versículos para hablar del nacimiento de Jesús, incluyendo el “Magníficat” de María, ahora regresa para hablarnos de la manera cómo el nacimiento Juan el Bautista se dio, destacando la participación de los vecinos y los parientes en este acontecimiento que, por ser un milagro, atrajo la atención de muchos.
Llama la atención como Lucas le dedicó muy poco espacio para hablar del nacimiento de Juan el Bautista, comparado con el espacio dedicado a Jesús. Esto nos dice que si bien Juan el Bautista “sería grande a los ojos de Señor” (1:15), de acuerdo con lo dicho por Gabriel a Zacarías, el bebé de Belén sería “más grande” (1:32).
Jesús es grande porque Él es Dios grande. Juan el Bautista vendría para allanar el camino, pero Jesucristo sería el Camino. Juan el Bautista estaba bautizando en agua, pero Jesucristo bautizaría en Espíritu Santo y fuego. Juan el Bautista vino para ser el “amigo del esposo”, pero Cristo era el Esposo de su Iglesia.
Entonces “¿quién, pues, será este niño?”. Esta es una buena pregunta. Me temo que no siempre los padres se hacen esta pregunta cuando nace su bebé. Un niño es el producto de su formación en el hogar, sea buena o mala. Juan tuvo padres cuya influencia lo hizo ser el más grande de los profetas, y a través de su nacimiento encontramos lecciones notables, todas dignas de considerar. Nos hará muy bien considerar estas lecciones para nuestra vida.
I. UNA REVELACIÓN DEL VERDADERO GOZO
1. Un gozo prometido (v. 14). La historia que hasta ahora conocemos es de una mujer y un hombre frustrados y sin esperanza, porque no habían tenido el gozo de ver la llegada de un hijo al seno de su hogar, por la condición de la matriz de Elisabet, cerrada por muchos años. Ya hablamos del estado anímico, y la opinión social que enfrentaba una mujer estéril.
Sin embargo, y a pesar de la incredulidad del padre, y a lo mejor hasta de la madre, la alegría de lo que tanto deseaban no se hizo esperar más, porque la promesa del ángel llamado Gabriel, llenó de esperanza al corazón incrédulo de Zacarías, diciendo: “Y tendrás gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento”.
Y aquella promesa acompañada de ese gozo prometido, dicha nueve meses atrás, ahora se cumple en el v. 58, pues los vecinos y parientes de Isabel al oír la noticia de cómo el Señor había mostrado tan gran misericordia “se regocijaron con ella”. Definitivamente la llegada de un bebé es el gran gozo de la familia, pero también de toda una comunidad. El texto nos dice que fueron “los vecinos y los parientes” quienes compartieron el gozo del bebé de esta pareja de ancianos. El gozo de un creyente se convierte en el gozo de toda la iglesia (Romanos 12:15).
2. El gozo por quien será el mayor (v. 76). El nacimiento de Juan el Bautista llenó de gozo a toda una comunidad, pero ese gozo solo fue entendido en un entorno local y familiar. Sin embargo, ni los vecinos, ni la propia familia entendieron que la llegada de aquel hijo, llamado “Juan”, era para traer un gozo mayor por su misión de preparar el camino para Aquel que venía detrás de él. Y es aquí donde necesitamos ir a una revelación mayor del gozo temporal.
Muchas veces la alegría de un momento, especialmente la ofrecida por el mundo, no nos hace ver el sentido del verdadero gozo cristiano. Observe lo siguiente. Cuando Zacarías habló, y prorrumpió en una expresión de gratitud y alabanza, resume por qué su hijo Juan daría lugar al gozo mayor, cuando dijo: “… porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos” v. 76. Zacarías nos revela que el verdadero gozo de un creyente es y debe ser Jesucristo. Él es el más grande gozo del cielo, el más grande gozo de la iglesia, y debería ser el más grande gozo de nuestro corazón.
3. El gozo es por siempre, pero la alegría dura un momento. Con la declaración de Zacarías podemos llegar a la conclusión que hay una alegría momentánea, pero el gozo es permanente. Con el tiempo aquella felicidad de la llegada del niño, producto de un milagro pasaría, pero el gozo de la profecía de quien vendría después de Juan, “sería para todo el pueblo”. Es importante hacer esta diferencia.
La felicidad es una emoción que todas las personas pueden sentir en algún nivel y en distintos momentos. Recibes la noticia de un cheque por una buena cantidad de dinero devuelto por los taxes, y eso te hace muy feliz. Recibes la noticia que se resolvió tu estatus migratorio, y por supuesto eres muy feliz.
Pero esta felicidad sigue siendo momentánea; vas a necesitar de otra cosa para seguir alegre. Sin embargo, el gozo cristiano es constante, sin importar las circunstancias. Podemos pasar por momentos malos, pero seguimos teniendo gozo. El gozo está allí sin importar lo que pase.
¿Se ha preguntado por qué el gozo es la segunda virtud del fruto del Espíritu? Por otro lado, el gozo permanente lo predijo Cristo en Juan 15:11. Hay una notable diferencia entre el ser llenos de la felicidad del mundo y el ser llenos del gozo del Señor a través del Espíritu Santo.
II. UNA DEMOSTRACIÓN DE LA VERDADERA ALABANZA
1. Hay una alabanza sin palabras v. 64. Si usted había pensado en alguien que nos enseña acerca de la alabanza, considere el caso de Zacarías. Había estado mudo durante nueve meses. ¡Puede imaginarse a alguien durar nueve meses sin poder hablar! Pero ¡aguántese allí! Imagínese esta otra escena para ahondar más en aquel estado de impotencia de no poder hablar.
El texto dice que María vino a visitar a Elisabet cuando ella tenía seis meses de embarazo (v. 36); esto significa que los últimos tres meses sólo habían empeorado las cosas para Zacarías, porque María vino a vivir con ellos y Zacarías observaba en silencio cómo Isabel y María conversaban constantemente entre sí.
Usted solo debe pensar en los ojos brillantes de gozo del viejo sacerdote, mientras las dos mujeres embarazadas hablan de sus niños. En mi entendimiento, no creo que haya habido, ni habrá una conversación entre dos mujeres embarazadas como las de María y Elisabet, por la manera cómo fueron concebidos los dos bebés, y por su misión a cumplir. Zacarías, pues, adora en silencio. Pocos de nosotros tenemos tiempo para el silencio.
Algunos vivimos con ruidos constantes que no tenemos tiempo para la contemplación, y adoración silenciosa. En este sentido debemos aprender de los cielos que expresan una alabanza sin palabras a Dios (Salmo 19).
2. Las primeras palabras son de alabanza (v. 64). Este texto es maravilloso. Las primeras palabras de Zacarias pudieron ser de quejas por estar nueve meses sin poder hablar. Para él aquello fue como una cárcel sin salida, porque al parecer también había quedado sordo. Pero Zacarias, en lugar de reclamarle a Dios por el castigo a su incredulidad, su lengua fue desatada para alabar al Señor.
Su alabanza será detallada en los próximos versículos (67-69), y en esa alabanza profética se esconde lo más excelso y completo para entender el ministerio de estos dos bebés que están naciendo con la diferencia de seis meses. No siempre nuestra lengua es soltada para alabar al Señor.
No hay siempre una alabanza en nuestros labios, porque “de la abundancia del corazón, habla la boca”. Dime lo que hay en tu corazón, y eso será tu conversación. Se dice que la alabanza es una respuesta natural a la presencia y la obra de Dios en nuestras vidas, y si alguien fue testigo de esa presencia fue Zacarias.
Seguramente esto fue lo que hizo exclamar al salmista, cuando dijo: “Alabad al Señor, porque es bueno; porque su misericordia es eterna” (Salmos 136:1); o también cuando dijo: “Saca mi alma de la cárcel para que alabe tu nombre” (Salmos 142:7).
3. La alabanza debe ser el fruto de la llenura del Espíritu (v. 67). Nos ocuparemos de toda la profecía de Zacarías en el próximo mensaje, pero es un hecho que la demostración de la verdadera alabanza es la consecuencia de la llenura del Espíritu Santo. Observemos lo siguiente. En esta historia los tres protagonistas, Zacarías, Elisabet y María, estaban llenos del Espíritu Santo y sus bocas fueron sueltas para alabar a Dios.
Cuando María visitó a Elisabet, Lucas registró la experiencia de ella quien fue llena del Espíritu Santo al momento cuando María la saludó (v. 42), y después de esa experiencia Elisabet “exclamó a gran voz”, y pronunció tres alabanzas que, aunque fueron dirigidas a María, realmente fueron al Señor (v. 42).
¿A caso su pregunta del v. 43 no tiene que ver con esa alabanza? Luego tenemos a María quien al estar llena del Espíritu Santo (v. 35), prorrumpió en una de las alabanzas del mayor contenido teológico que se conozca (v. 46-56). Y en ese orden de la llenura del Espíritu Santo, despertando alabanza al Señor, aparece Zacarías alabando a través de una larga lista de reconocimientos a Dios (v. 67-78). Por estas razones, la alabanza a Dios es el fruto de una vida llena del Espíritu Santo (Efesios 5:18-19).
III. UNA ACTITUD ASOMBROSA DEL VERDADERO TEMOR
1.El temor a Dios nos lleva a divulgar la noticia v. 65. Hablar del temor a Dios es un tema raro en nuestros púlpitos cristianos. Pero si estuviéramos impregnados de ese temor en nuestra comunión con Él, nuestra vida cristiana tendría cada vez mayor significado, y mayores frutos. Es la falta de temor a Dios la que nos lleva alejarnos de Su comunión.
Por tal razón, la primera impresión de este texto es mostrarnos el asombroso temor a Dios que se apoderó de toda la gente, y esos los llevó rápidamente a que “en todas las montañas de Judea se divulgaron todas estas cosas”. ¿No es significativo esto? A veces me pregunto cómo pastor ¿por qué no divulgamos la noticia más singular y gloriosa del evangelio que tenemos? ¿Por qué la conversación entre la gente acerca de las obras de Dios no es mejor que los chismes para hablar mal de los defectos de los hombres?
La verdad de este texto es que cuando el temor a Dios gobierna mi vida, mi boca no se cansará de divulgar la noticia del Salvador, así como aquellos habitantes de Nazaret quienes no cesaban de hablar y preguntarse “¿Quién, pues, será este niño?”. Ya nosotros no tenemos que preguntar “¿quién será este niño?”, porque sabemos quién es Él y debemos divulgar su noticia.
2. El temor a Dios nos lleva a guardar silencio v. 66. Hay noticias que deben divulgarse, sobre todas aquellas donde la salvación de otros está en juego, como le dijo el Señor por revelación a Pablo, “habla y no cayes”, pero hay otras cosas respecto al temor a Dios que deben ser guardadas. Aquella gente nos ha dejado estas dos grandes lecciones.
Hay un momento para dar a conocer la noticia, pero otro muy distintivo es oír y guardarlo en el corazón. En esta última debe haber quietud del espíritu y profunda reflexión. No muchos creyentes están asombrados por el temor a Dios y por eso no tienen esos momentos de recogimiento. Somos más propensos a vivir bajo el constante ruido de este mundo, en lugar de vivir en el silencio y la reverencia del temor a Dios.
Cuando María oyó lo que los pastores decían del bebé de Belén, Lucas nos dice que ella “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (2:19), y cuando Jesús a los doce años se quedó en el templo, y al encontrarlo, y darles la revelación de estar “en los negocios de mi Padre”, María “guardaba todas estas cosas en su corazón” v. 51.
Cuando el temor a Dios se convierte en nuestro asombro, viviremos vidas humilladas delante de Él, y con un miedo santo para no ofenderlo. Nada debe ser mejor guardado en el corazón que un santo temor por su presencia en nosotros.
CONCLUSIÓN: Después que Juan nació sus padres devotos de la ley lo llevaron al templo para ser circuncidado, y allí se dio una interesante discusión acerca del nombre del niño. Los vecinos y parientes comenzaron a llamarlo Zacarías, porque ese era el nombre del papá; pero Elisabet dijo: “no; se llamará Juan”, y así era la discusión, pero cuando le consultaron a Zacarias, éste pidió donde escribir, y escribió “su nombre es Juan” (v. 59-62).
Cuando él hizo eso, se soltó su lengua, todo mundo se maravilló, y entonces hicieron la pregunta de nuestro mensaje “¿quién, pues, será este niño?”. Esta es la pregunta para responder en este mensaje. Juan el Bautista nos deja el modelo de un auténtico cristiano. Cuando Dios nos escoge debemos vivir vidas consagradas y de renuncia (Lucas 1:15).
El creyente es llamado para vivir una vida de humildad (v. 14). Juan se denominó “el amigo del esposo” (Juan 3:22-30). Y esto lo hizo afirmar varias veces, “yo no soy el Cristo”, aunque tuvo la ocasión de levantarse como el Mesías. Un creyente debe prepararse para vivir una vida de sufrimiento por defender la verdad (Mateo 14:3-4).
Y al final, el creyente debe menguar para que Cristo crezca (Juan 3:30). Aquel niño nacido milagrosamente nos muestra cómo debe vivir alguien que representa a Cristo. Y cuando hacemos bien el trabajo, al estilo de Juan el Bautista, será el mismo Jesús quien califica esa vida consagrada de acuerdo con Mateo 11:11.
Julio Ruiz es pastor de la Iglesia Bautista, Ambiente de Gracia, ubicada en la 5424 Ox Rd. Fairfax Station, VA 22039 Tel. 571-251-6590 (pastorjulioruiz55@gmail.com)