Job: 5:19

Estoy seguro, que en todo lo que sucede a nuestro alrededor, el Señor, tiene un sabio propósito, y de eso, soy un completo convencido, pues de doce años, que en ese entonces, sumaban, los años de estudios en el colegio, yo hice diez, en una institución cristiana, del cual me gradúe, y los únicos dos años que no estuve en sus aulas, fue porque mi mamá, por su gran amor, y su gran empeño, quiso llevarme a una mejor institución.
Pero eso significó también, codearme con “mejores” elementos, que no necesariamente tenían mejores hábitos, y entre ellos, abrí la puerta a un género de música que marcó mucho mi adolescencia, el “Rock Pesado”, y junto a él, todas las demás “ventanas” que casi por inercia también abrí, por mi ingenua y sin experiencia conciencia juvenil.
Pero lo más precioso que pudo suceder en todo ese tiempo, es que mi héroe, el único y verdadero, también venció, y cerró esa puerta y sus ventanas, era una tarde, misma televisión, mismo sujeto, yo, estaba viendo también, el mismo programa, pero lo hacía, en esa ocasión, sin volumen, ya se me había olvidado, que por ver ese programa con volumen, Dios un día me habló, y me sanó de la resaca del ataque de asma, unos meses antes.
Y entonces veía su imagen, pero en una pequeña radio grabadora, escuchaba con alto volumen la canción “Back in Black” del grupo de Rock Ingles “AC DC”, recuerdo muy bien, que eran las seis de la tarde, y se materializó ahí mismo, una férrea disputa por mi alma, que consistió, en apagar la televisión y darle aún más volumen a la canción.
Después, apagar la canción y encender la televisión, eso sucedió por lo menos unas cinco o seis veces, hasta que de repente apagué todo, me vestí y salí huyendo de mi habitación, agitado, con mi pecho a punto de estallar, sin decir nada a nadie, hasta quizás sin un rumbo fijo en mi mente, pero en mi corazón, “papito” me quería tener en su casa.
Llego a la iglesia, del colegio cristiano, adonde estudiaba y me senté en la última fila de atrás, y esa noche, lloré, como lo que era, un niño, mis lágrimas brotaron y se deslizaron por mis mejillas como cascada desenfrenada, mi llanto se liberó, como mi alma también, y fue entonces, que así, recibí en mi corazón a Jesús como mi único y autentico salvador.
Que era, que es y será; no me fue suficiente, para reconocerlo antes, el recibir sanidad aquella noche, luego aquella tarde, sino me fue necesario, encontrarme con el rostro de mi señor, sentir y vivir esa cruenta lucha espiritual entre el bien y el mal, entre la carne y el mismo espíritu, donde entendí, sin entender, más, lo hice, por la naturaleza misma del encuentro que en ese momento viví.
No podía hacerle frente, mucho menos vencerle, a esa oposición, allá en mi casa, teniendo yo el supuesto control de la televisión y de la radio grabadora, sino que debía darle yo mismo, el control, a quien siempre lo tiene y lo tendrá, el control de las cosas que me rodean, y principalmente el control, de todo lo mucho que sucede en mi interior.
DIOS TIENE UN PROPÓSITO PARA CADA PERSONA
En muchas oportunidades, uno escucha en las predicaciones, en las iglesias, en las calles, en los parques, y en los autobuses, que Dios tiene un propósito para cada quien, y uno a veces piensa que todo es una especie de “cliché”, pero después de muchos años, uno puede entender, si se es sincero consigo mismo, sin postura ni fachada de revista, o apariencia de inteligente, porque no lo es, uno puede llegar a comprender lo certero de esa afirmación, porque todo lo que nos sucede hoy, tiene un bello propósito para el día de mañana.
Hasta la última y más pequeña lágrima derramada, tiene un objetivo, un significado, edificante, renovador, restaurador, porque aquello que los psicólogos dicen: “estar en paz consigo mismo, sin reproche”, o las filosofías afirman: “encontrar su razón de ser, su lugar aquí en la tierra”, no es más, ni menos, que tener un encuentro directo y personal, con aquel que le da sentido a nuestra existencia.
Sin el cual, nadie, absolutamente nadie, es capaz de vivir, por ello muchos sobreviven, creyendo que son felices, sobreviven, creyendo que lo tienen todo, cuando en realidad, no tienen nada, y están muy lejos de ser felices en verdad.
EL PODER DE DIOS
Yo lo experimente, una noche, en una iglesia muy pequeña y muy humilde, éramos quizás entre quince o veinte los que nos reuníamos ahí, por la décima avenida norte, el hermano Pedro pastoreaba, y las ovejas éramos, señoras vendedoras del mercado, vendedoras ambulantes, cuatro o cinco hombres que peleaban, y muchas veces con no muy buen resultado, con el vicio del alcoholismo, que los llevaba a vagabundear.
Pues todas sus pertenencias y las de su familia, las vendían para embriagarse, un lugar muy especial como la compañía, pero lo que volvía verdaderamente especial, la hora y media que duraba el culto, fue la presencia abrazadora de la gloria de Dios, del Poder del Espíritu Santo y de la Misericordia de mi Señor.
En ese lugar; que como Pozo de “Bethesda”, los días miércoles, recuerdo, llegaba la hermana “Chentía”, una señora gordita, de piel blanca, de complexión física gordita, de estatura mediana, y cabello largo color negro, que usaba una “mantelina”, sierva que mi Señor usaba para hablarnos a todos en profecía.
Y esos días precisamente, la congregación alcanzaba en ocasiones hasta unas cien personas, afuera, la calle era abarrotada de vehículos, algunos de lujo, y sus tripulantes, armados con cámara de vídeo en mano, y radio grabadora, captaban lo que mi Señor les decía a través de la sierva.
Era tanta la afluencia, que la gran mayoría estaban de pie, porque no se contaba con muchas sillas disponibles, pero esto presentó a la larga un problema, pues las personas, sin respeto alguno a mi Señor, al nomás escuchar lo que les decía, se iban, por lo que en un principio el hermano Pedro optó, por dejar la intervención de la sierva.
Al final, después de la predicación, y por último, ya no se contó con su participación; pero en uno de esos días miércoles, el propósito de mi Señor, me fue comunicado, recuerdo, que ese día estaba en la iglesia, un amigo, al que le llamaban “Charlie”, un jovencito de unos diecisiete años de edad, cabello largo y rubio, que vestía siempre de jeans, y de camiseta de algodón, color negro, generalmente con logos de algún grupo de “Rock”.
A él, lo llevó su padre, esa noche, lo acompañaba su familia, y a mí, solo mi tío Ramón, y mi primo Julio, que fue quien me invitó la primera vez a esa iglesia, este jovencito, se había designado como líder de un grupo de jóvenes, supuestos músicos, pero en realidad, hasta la fecha, no me consta que tocaran algún instrumento, porque nunca los escuché ejecutar alguna melodía.
“LOS PEQUES”
Quizás de ahí tomé el mal ejemplo de pensar, de hablar, y hasta vestir y moverse como si tuviésemos un grupo de Rock, y mi única experiencia fueron: “Los Peques”, un grupo de tres, Héctor y Juan Carlos Fuentes Real, y yo, quienes cantamos y bailamos, en la época de los grupos de coreografía y de coros, por casi todo un año, los sábados y domingos, en un parque conocido como “el reino del pájaro y la nube”.
Nos pagaban treinta colones por presentación, equivalentes a casi cuatro dólares de los Estados Unidos de América al cambio fijo actual, y eran dos presentaciones por día, además del almuerzo, que consistía en una hamburguesa, papas fritas y una gaseosa, para cada uno.
Y ahí sucedió algo muy chistoso, que no sé a quién atribuírselo, pero alguien dijo, de nosotros tres, quizás yo, que habíamos ganado un tercer lugar en un concurso juvenil, en la desconocida por los tres, ciudad de Panamá, y así también, alguien lo escuchó.
Creo que fue el ingeniero de sonido, que por cierto, pocos le notábamos que “casualmente” llegaba a trabajar algunas veces bajo los efectos del alcohol y en otras, sufriendo los efectos del mismo, por una “cruda”, y fue el quien nos presentaba entonces, como “¡Los Peques de Panamá!”, que traía gente al anfiteatro, y una que otra admiradora.
Recuerdo que tuvimos hasta grupo de Fans, con su base, en el Colegio de “las Hermanas Somascas”, este grupo duró, lo que nuestros compromisos estudiantiles permitió, años después nos volvimos a encontrar los mismos tres, pero eso, si, moviendo masas, en medio de jergas, y chistes, tanto, que articulamos un movimiento de apoyo a la selección nacional, en el año 1989.
Con único fin, divertirnos, pasárnosla bien, conocer jovencitas, salir en la televisión, que nos entrevistaran en las radioemisoras, y que nuestras imágenes fueran fotografías para los periódicos en las secciones de deportes, y todo eso se logró, hubo mucho apoyo de empresas a fines con el fútbol, donde el patrocinio a veces, representaba camisetas, pancartas, y en otras dinero en efectivo, de lo que siempre quedaba un remanente para el pago de “combos”, y un barril de cervezas.
Este testimonio continuará en nuestra próxima edición
*José Rigoberto De Orellana Eduardo, es abogado y notario salvadoreño y predica la Palabra de Dios