Job: 5:19

En el hospital, sucedió, algo ridículamente chistoso, en medio de mi delirio, dije intoxicarme por ser estéril, y no se qué inteligente, ahí interpreto, equivocadamente, porque no tiene nada que ver, un nombre con lo otro, y le llamo, impotencia, y ¿para qué, me llegaban a ver, como si era el nuevo animal del zoológico, a cada instante, de todo tipo, especialistas, residentes, psicólogos, psiquiatras, y hasta un ex compañero del colegio, que al verme ahí, y por los motivos equivocados, que consignaron en mi cuadro clínico, supongo, llegó a sentir “lastima” por mí.
Yo por mi parte, el domingo por la noche, estaba firmando una autorización, donde exoneraba de toda responsabilidad al hospital, porque ya no aguantaba ahí ni un minuto más, me tomé el alta, y sentí que era un nuevo resurgir, pues tan cerca, tan cerca, mi Señor, me libró de una tribulación, como esta.
Pasaron los meses, y quizás años y vuelvo a salir con mi amigo, su primo, Nacho, y recordábamos, como mi unión con ella, inspiró a propios y extraños, pues por lo menos tres parejas se unieron en esos días, al ver el impulso que tuve y el valor o locura de ponerme aun en contra de sus “famosos” hermanos.
Y muchos siguieron ese ejemplo, se dejaron guiar por el amor; Recuerdo muy bien, en esas noches, que desfilaban botellas de licor sobre la mesa, en horas de plática desordenada, nunca tuve una respuesta convincente, a mi pregunta, de ¿por qué los hermanos de ella, nunca me hicieron nada?, aún después, que ya no estábamos juntos con ella, y ahora entiendo, que eran las manos de Dios, que detenía a todo aquel que se levantaba en mi contra.
Lo que se me confirmó, casi diez años después, por un “e-mail” enviado por mi papá, que por cierto, me provocó una muy seria “colitis” que me duró días, dijo conocer a la persona, supuesta víctima, de mi novia de entonces, quien trabaja para el gobierno, y que juró, que no descansaría hasta “fregarme”, o humillarme públicamente en un juicio.
¿Y siendo alguien, con mucha influencia, y con mucho rencor, cómo es posible que hasta ahora no ha sucedido?, la misma respuesta, la misericordia de mi Señor.
MUY CERCA DE MI FIN
Eran los últimos meses del dos mil, golpeado por una separación, que todavía estaba fresco y dolía, y por el engaño ruin y vil de tres mujeres que aseguraban, hacer volver a “mi amor”, que si estaba fresquecito y para acercarme al final de un ciclo de trágicos acontecimientos, vino uno, que me acercó, una vez más, muy, muy cerca de mi fin.
Mis días para ese entonces, se reducían a trabajo de las seis y treinta de la mañana, tempranito a dar clases, a un grupo de jóvenes que no tenían ni la más mínima idea de lo que se trataba la clase, personas ajenas a las exigencias que yo estaba acostumbrado a tener para con mis estudiantes, y desde las nueve horas, me encerraba en mi oficina, a chatear en la computadora o simplemente a no hacer nada.
Al medio día, pasaba a una venta de helado o sorbete que aún está en la esquina de la cuadra donde están las instalaciones de la Universidad donde trabajé, y en todo el camino, mientras me devoraba el “cono doble de chocolate”, recuerdo que pedía al Señor cinco deseos:
1.Un trabajo estable, 2) un vehículo, 3) un perro raza “rottweiller”, 4) un “minicomponente” para escuchar música en disco compacto, y 5) un televisor grande, para tener en mi habitación, a lo que puede categóricamente afirmar, que el Señor me cumplió esos cinco deseos, en menos de un año.
Pero antes de ver esos cinco deseos, en mi casa, mi mamá, difícilmente platicaba conmigo, pues yo solo estaba en casa los domingos, y esos días, casi solo dormido, pues la semana era larga, de día, de noche y de madrugada, exigía al cuerpo hasta los límites de resistencia.
MUJERES Y CERVEZAS
Y una vez, de tantas, estoy con mi amigo “Rene”, bebiendo como si se acabara ese día la vida, las mujeres, o las cervezas, y a escasos, doscientos metros de mi casa, en una gasolinera nos detenemos por un rato, ya para ese momento, vienen con nosotros dos mujeres que “levantamos” de un bar en el centro de la capital.
Nos piden que las acompañemos a su casa, que ahí, iba a haber de todo, obviamente, estaba hablando de sexo, y vamos, ignorando, que esa compulsión nos llevaba esa noche a rasgar una muy delicada línea entre la vida y la muerte.
Lo último que recuerdo, es una especie de pasaje de tierra y hierba seca, que dividía un pasaje de otro, en horas de la madrugada, en medio del silencio, cada uno, con su pareja, éramos dos, y despierto al día siguiente, con la ropa rota, un zapato con su suela arrancada literalmente, con la pinta de un vagabundo, desorientado, y caminando sin saber dónde estoy.
Pregunto a una persona: ¿dónde estoy?, y me dicen: en la Colonia Alta Vista, y yo pregunto: ¿dónde tomo un taxi?, y me contestan, las personas con cierta duda, por cómo me veía: aquí no entran taxis, solo que ya lleven carrera, y la última pregunta que hice, me recuerdo muy bien:
¿Y la policía?, ¿adónde puede hallar a la policía?, y me responden: suba, allá arriba queda. Y yo subí, y llegué hasta ahí, y ellos me acompañaron a buscar el lugar adonde nos dejaron supuestamente, pero fue inútil, por que no recordaba nada.
LAS DORMILONAS
Esa noche, a quienes acompañábamos eran unas de las famosas “dormilonas” que le habían costado la vida a muchos hombres por la época, pues no resistían los químicos que les suministraban, y con los que los dormían, mi amigo, Rene, estuvo una semana en el Hospital del Seguro Social ingresado, a mí, no me quisieron atender, porque no llevaba documentación.
Lo que parecía irónico, pues, como iba a llevar mis documentos, como me los exigían, si había sido objeto de un asalto. La noticia que los dos “amigos” Rene y Rigo, fueron víctimas de “las dormilonas” se corrió como pólvora entre conocidos y extraños, no por la televisión, sino, por que nos conocía mucha gente.
A algo que, si me sirvió de mucho, para desenmascarar a la última “gran maestra”, charlatana, fue que ella le atribuía lo que me ocurrió, a un novio de la joven que vivió conmigo, y yo, sabía mejor que nadie, de que se trataba el asunto.
Era como la tan trillada “cereza” que se colocaba encima del pastel, de un ciclo de experiencias surrealistas, subterráneas, de conocimiento ambiguo, de total tolerancia y dependencia con el sexo y el alcohol, donde el único que tuvo compasión de mí, durante todas esas noches, en que me jugaba la vida, la salud y mi alma, con mujeres desconocidas, en lugares de “mala muerte”, con personas de “dudosa reputación”, haciendo cosas, con las que definitivamente se estaba enamorando a la muerte, y solo la fidelidad del Señor, me conservó, me sacó ileso y me libró de semejante tribulación.
Nunca una medianoche de sábado, casi domingo, fue tan psicodélica, como la que pasamos, mi amigo “nacho”, el bien ponderado “armadillo”, los tres en un lugar tan peculiar como “La puerta del diablo”, completamente borrachos, arrancando con lujo de distorsión los trozos de madera que estaban incrustados al suelo, en las especies de “champitas” que habían en ese entonces, en ese lugar, para los vendedores y comerciantes, con tanta fuerza, que en ocasiones, caíamos de porrazo con todo y la madera en nuestras manos, “empolvándonos”.
EXCESO DE ALCOHOL
Hasta este día, por la única razón que explicaría ese extraño suceso, además del exceso de alcohol en nuestras venas, fue por lo sucedido a un amigo en ese lugar, por el que “el armadillo” gritaba en plena labor de los tres: “¡¡¡salí diablo hijueputa”!!!.
Una noche antes, de la fecha, hicimos “cabuda”, para comprar una caja de cervezas, pero no la pudimos tomar, por que estaban tibias, por eso las dejamos en la casa de otro amigo, tocayo mío, de nombre “Rigo”, al día siguiente, a tempranas horas llega a mi casa, mi amigo “lito”, preguntándome por las cervezas, que las tomáramos.
Por esa fecha, otro amigo de nacionalidad guatemalteca y de nombre “Carlos” estaba en el país, y él era otro, que no prestaba ganas para beber, por lo que nos juntamos los tres y fuimos a traer las cervezas a casa de Rigo.
Esa cajita, veinticuatro embaces, la tomamos en un lugar conocido, como el mirador, en la Colonia Centroamérica, acabándose esa cajita, nos fuimos a conseguir dinero, y la visita obligada fue a casa de mi papá, estaba en el país por ese entonces, y no se cuanto nos dio, pero sirvió para comprar más material, por lo que llenos los envases una vez más, ahora la duda era, ¿a qué lugar?, y mi amigo Lito decía, a “la puerta del diablo”, por lo que accedimos a ir.
Recuerdo que camino hacia ahí, Lito me decía, “¿vamos a subir, verdad?, yo quiero subir”, y yo le respondía, que ni loco, mucho menos bolo, por lo que estuvimos en ese lugar, hasta entrada la noche, desde las tres de la tarde.
Extrañamente esa tarde de jueves, el lugar se encontraba a reventar, como si fuese domingo, según los lugareños, y recuerdo que al nomás acabarnos la otra cajita, entonces comenzamos a pedir por unidad, una para mí, otra para ti.
Un episodio que tengo muy grabado en mi mente, por algo será, que llega una camioneta grande, color blanco, con un “quemacoco” en su techo y dos o tres jóvenes saliendo del vehículo a través de éste, por lo que a mi amigo le llamó mucho la atención, y me dijo: “¡¡mama mía!! ¡¡ oh lala!!”, y nos reímos, pues el lugar estaba abarrotado.
Este testimonio continuará en nuestra próxima edición
*José Rigoberto De Orellana Eduardo, es abogado y notario salvadoreño y predica la Palabra de Dios