Fuerzas para el camino

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EL EVANGELIO EN MARCHA

PERLAS DEL ALMA

Por: Francisco Aular (faular@hotmail.com)

Por el camino  de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón. Salmo 119:32 (RV60)

  La historia de la evangelización de la América Latina comenzó con el intento de llevar la Biblia hogar por hogar de cada uno de los países de habla hispana. No fue fácil, en ese tiempo la Iglesia Católica Romana, lamentablemente, no le daba importancia a la Biblia. Uno de los enemigos que la Palabra de Dios tuvo de vencer fue el fanatismo religioso que muchos de los habitantes de estos países. Sin embargo, los valientes misioneros de la Palabra de Dios hicieron su trabajo. Ellos recibieron de la Biblia, fuerzas para el camino, por el camino  de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón.

Pues bien, he seguido la trayectoria histórica de aquellos hombres, mis héroes del pasado, comenzado con don Diego Thompson y José Lancaster, ingleses, amigos de nuestros padres libertadores: Francisco de Miranda, Simón Bolívar, José de San Martin y Bernardo O’Higgins, entre otros. En realidad, aquellos libertadores ayudaron a Thompson y Lancaster; a Thompson, dándole permiso para distribuir la Biblia entre los pueblos de entonces, y a Lancaster, a fundar las Escuelas Lancasterianas, en las cuales, la Biblia era el texto usado para erradicar el analfabetismo, pero, la religión dominante lo impidió. Todavía me pregunto: ¿Qué hubiera pasado en nuestra América Latina si la Biblia hubiese sido el fundamento principal de la Constitución, de esas naciones y de sus hogares?

Ahora bien, a pesar de haber sido perseguidos, encarcelados y azotados, nuestros misioneros de la Palabra no desmayaron en su intento de distribuir la Biblia, al costo hasta de sus propias vidas, y esto, porque ellos recibieron del Libro sagrado, fuerzas para el camino, por el camino  de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón.

Uno de aquellos misioneros de la Palabra fue Francisco G. Pezotti (1852-1925), argentino, abnegado hombre de Dios que llevó la Biblia hasta las más apartadas regiones de muchos de nuestros países sudamericanos, y por lo cual sufrió persecuciones y fue encarcelado en Casamatas del Callao, Perú el 26 de julio de 1890 por el delito de haber distribuido la Palabra de Dios. En una de las paredes del calabozo en donde estaba preso se encontró escrito este verso:

Calabozo de mis penas

Cementerios de hombres vivos

Más temible que la muerte,

Que cadena y que grillos.

Allí mismo brotó de su corazón la letra del himno que dice:

¿Qué me importan del mundo las penas,

Y doblada tener la cerviz?

¿Qué me importa sufrir en cadenas

Si me espera una patria feliz?

Resignado, tranquilo y dichoso

De la aurora vislumbro la luz:

Mis prisiones las llevo gozoso,

Por JESÚS, quien venció en la cruz.

Aunque preso, las horas se vuelan

En gratísimo y santo solaz;

Con la Biblia mis males se ausentan

Para darme la dicha es capaz.

¡Libro santo! Mi estancia ilumina,

Nunca, nunca te apartes de mí;

Contemplando tu bella doctrina

No hay males, ni penas aquí.

¿Qué ocurrió con Francisco Penzotti? Salió de aquella cárcel y siguió predicando la Buena Noticia de Salvación, y el Libro que es su fuente: la Biblia. Murió a los 73 años de edad, el 24 de julio de 1925, y sus últimas palabras fueron: “Vale la pena servir al Señor, ¡qué lindo, qué lindo es morir!”. Francisco Penzotti recibió en su peregrinar por este mundo, fuerzas para el camino, por el camino  de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón.

En efecto, estos héroes de nuestra fe que he nombrado, y muchos otros cuyos nombres “están escritos en el libro de la vida”, han demostrado que el resplandor de la Biblia es más fuerte que el brillo de la espada de los verdugos. Un ser humano guiado por la Palabra de Dios es más fuerte también que las huestes de los césares y del poder temporal de los Atilas. La gloria de esos hombres poderosos vino y se fue, pero la Palabra de Dios sigue iluminando al mundo. Así vemos: La vara de Moisés que quebrantó el centro del Faraón; la honda de David, un simple muchacho que dominó el escudo y la espada del gigante Goliat; el silencio de JESÚS que rompió el poder humano de Pilato, y la humildad y pasión de Pablo que derrumbó el trono de los emperadores romanos; de ese mismo proceder de creerle a Dios y su Palabra, contamos a Martín Lutero, quien clavó sus 95 tesis en las puertas de la capilla de Wittemberg,  y ellas destruyeron el poder de Carlos V; del mismo modo, la predicación encendida de Juan Wesley salvó a Inglaterra y a la humanidad de una catástrofe, y produjo el Gran Avivamiento que hizo posible que Diego Thompson y José Lancaster llegaran a las costas de América Latina con miles de Biblias, y a pesar de las muchas luchas, nosotros somos el fruto de la semilla sembrada con sangre, sudor y lágrimas,  pero que nos ha dado a nosotros: Fuerzas para el camino, por el camino  de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón.

Perla de hoy: La Biblia señala el camino y nos ilumina por el Espíritu Santo sobre cómo nacer de nuevo y cómo crecer hasta la plenitud de JESÚS.