INMIGRACION
El presidente Barack Obama dio este lunes 30 de junio por muerta la reforma del sistema de inmigración, la iniciativa que debía definir su segundo y último mandato en la Casa Blanca.
Tras constatar que este año los republicanos se negarían a someter la ley a votación en la Cámara de Representantes, el demócrata Obama dijo en una comparecencia en la Rosaleda de la Casa Blanca que optará por la vía del decreto para arreglar “en lo que sea posible” el sistema de inmigración. La declaración tuvo la solemnidad de uno de los momentos graves de su presidencia.
Acompañado del vicepresidente Joe Biden, y en tono irritado, el presidente acusó a los republicanos de bloquear un proyecto necesario por motivos económicos, humanos y de seguridad. Dijo que ha ordenado al secretario de Seguridad Interior, Jeh Johnson, y al fiscal general, Eric Holder, que refuercen la seguridad de la frontera. Y les ha encargado que antes del final del verano presenten propuestas para actuar.
La ley, además de reforzar la frontera con México, debía ofrecer una vía a la ciudadanía para los cerca de 11 millones de indocumentados —la mayoría de origen latinoamericano— que ahora viven en EE UU. En junio de 2013 el Senado, de mayoría demócrata, aprobó una versión de la reforma con 68 votos a favor -entre ellos los de destacados republicanos- y 32 en contra. Pero la reforma encalló en la Cámara de Representantes, de mayoría republicana. Su presidente, el vocero John Boehner, se negó siquiera a permitir un voto, aunque según los demócratas la ley contaba con el apoyo de suficientes legisladores -demócratas pero también algunos republicanos- para aprobarse.
Si la reforma de salud fue el proyecto estrella del primer mandato de Obama, la reforma migratoria lo era del segundo. Ambas leyes eran proyectos ambiciosos destinados a definir el legado del presidente. No ha sido el primero en intentarlo. Su antecesor, el republicano George W. Bush también logró en 2006 que el Senado aprobase una reforma similar, pero aquella, como la actual, acabó naufragando con la oposición de la derecha del Partido Republicano.
Al dar por liquidada la reforma migratoria, Obama admite su impotencia ante un Congreso que, desde que 2011, ha bloqueado sus principales iniciativas. Sin la reforma migratoria, es improbable que en los dos años y medio que le quedan en la Casa Blanca el presidente firme otra ley de alcance parecido.
La promesa de actuar con decretos es un desafío a la oposición republicana, que le acusa de abusar de este instrumento y de acaparar poderes presidenciales. “Yo sólo adopto acciones ejecutivas cuando tenemos un problema grave, y el Congreso decide no hacer nada”, dijo Obama en alusión a la opción de gobernador por su cuenta, sin contar con el poder ejecutivo. “Y en esta situación, el fracaso de los republicanos de la Cámara [de Representantes] a la hora de adoptar una maldita ley es malo para nuestra seguridad, es malo para nuestra economía, es malo para nuestro futuro”.
Obama explicó que la semana pasada Boehner le comunicó que no habrá un voto para la reforma en 2014. El Congreso que salga de las elecciones legislativas de noviembre entrará en funciones en enero de 2016. Ningún sondeo vaticina que los demócratas de Obama recuperen la Cámara de Representantes.
El fracaso de la reforma migratoria no es una sorpresa. El bloqueo sistemático del Partido Republicano en la Cámara de Representantes dejaba pocas dudas sobre su escasa viabilidad. En el último mes las cosas se han complicado aún más.
La ola de miles de menores procedentes de Centroamérica disipó cualquier esperanza. Algunos republicanos del Congreso ven en la llegada de decenas de miles de inmigrantes una respuesta al efecto llamada que suponen las promesas de regularización y acceso a la ciudadanía de la ley. Para Obama el problema actual es fruto del desbarajuste de la actual legislación, que tolera la presencia de indocumentados sin permitirles una plena integración en el país.
El coste para los republicanos no es inmediato. En las elecciones legislativas el votante hispano participa poco, pero en las presidenciales su voto puede ser decisivo. Así ocurrió en 2012, cuando Obama se llevó el 73% del voto de los latinos, la minoría más pujante. Y sí puede volver a ocurrir en 2016, cuando se elija al sucesor de Obama: quien tenga en contra a los latinos lo tendrá más difícil para ganar. (Con datos de EL PAIS)