Ocupaos en vuestra salvación

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EL EVANGELIO EN MARCHA

Ocupaos en vuestra salvación

(Filipenses 2:12-18)

Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor de Iglesia Bautista Hispana Columbia, Falls Church, Virginia

 

INTRODUCCIÓN: El creyente es la única persona que tiene dos asuntos donde debe permanecer ocupado. Uno tiene que ver con el trabajo con el que provee sustento para si mismo y para los suyos. Esta es la razón por la que muchos se levantan aún temprano y regresan a casa a altas horas de la noche. El segundo asunto tiene que ver con la salvación de su alma. A esta ocupación ha sido llamado para dedicarle también su tiempo, porque un descuido de ella acarreará grandes males a su alma. Ambas ocupaciones demandan de nuestra atención. Si todo el tiempo trabajo y no me dedico a mi salvación vendré a una pobreza espiritual. Si todo el tiempo estoy dedicado a atender mi salvación y no trabajo para el sustento le daré cabida a la ociosidad, lo cual es severamente reprochada por la palabra. Debo tener un equilibrio en estas dos ocupaciones, pues a través de las mimas estoy honrando al Señor. Es posible que para algunos resulte nuevo oír que debemos ocuparnos en nuestra salvación, pero esto es un mandamiento de la palabra. Por supuesto que al hablar de este tema no estamos diciendo que la salvación depende de mi propio esfuerzo. La idea del texto es: “Llevad a cabo continuamente vuestra propia salvación”. Yo no trabajo para lograr mi propia salvación. Yo debo ocuparme en la salvación porque ya la he logrado por gracia, pues “por gracia sois salvos por medio de la fe” (Ef. 2:8). Sin embargo, cuando la Biblia nos habla de ocuparnos en la salvación nos emplaza a dar más atención a lo que hacemos con ella hacia afuera que hacia adentro. La vida cristiana tiene verdadero sentido cuando en  lugar de conformarme con la salvación, me ocupo en ella para bendición de otros. Y, ¿cómo debo ocuparme en ella?, con  “temor y temblor”; eso es, “con profunda reverencia”.  Veamos, pues, la naturaleza de este imperativo bíblico.

 

  1. NOS OCUPAMOS DE LA SALVACIÓN CUANDO OBEDECEMOS CUALQUIERA SEAN LAS CIRCUNSTANCIAS v. 12

 

  1. La salvación demanda una condición de obediencia. La iglesia de los filipenses fue una de las más amadas por el apóstol Pablo. Aunque como toda iglesia tenía algunos problemas, no fue como las otras donde había hermanos tan “cabezas duras”, como el caso de los Corintios. En este mismo capítulo hace un elogio a cinco cosas que le distinguían como iglesia v. 1. Pero además de estas cualidades les reconoce como una iglesia obediente v. 12. Pablo había descubierto que un distintivo de ese grupo era la obediencia, de allí su demanda a ocuparse en la salvación. La falta de obediencia es uno de los asuntos donde más le fallamos al Señor. Nos sentimos bien al saber que somos salvos, pero rehusamos obedecer las demandas de esa la salvación adquirida. En Jesucristo hallamos el valor de la obediencia absoluta. De allí que el llamado es: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también Cristo Jesús…”

 

  1. Obedecer cuando nos ven o cuando no nos ven. Pablo elogia a los  hermanos filipenses porque su obediencia se hacía notoria cuando él no estaba.  En esto se ve la madurez espiritual a la que habían llegado. Y es que es fácil portarse bien cuando los demás nos ven. Es fácil ser cristiano cuando estoy en presencia de otros. Es fácil ser obediente mientras estoy en la iglesia. Pero, ¿qué  sucede cuando nadie me ve? ¿Cómo es mi integridad cuando ando solo? ¿Qué tan obediente soy cuando no estoy al alcance de los demás? Mi espiritualidad no depende de otros. Soy responsable por mi salvación. Este es el llamado: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús…”

 

  1. NOS OCUPAMOS DE LA SALVACIÓN CUANDO PRESERVAMOS LA UNIDAD EN EL CUERPO vv. 3, 4, 14

 

  1. Para ello hay que evitar la murmuración y la contienda. La unidad de la iglesia es algo a lo que Satanás le teme. Al principio del cristianismo nadie pudo quebrantarla. Una iglesia unida se ama, es muy fuerte en su  testimonio y es una atracción para los que están afuera. Por lo tanto, el ocuparnos en nuestra salvación tiene mucho que ver con preservar la unidad del cuerpo. Para esto, lo primero que se nos demanda es hacer todas las cosas “sin murmuraciones ni contiendas”. ¡Qué difícil es esto! Son las murmuraciones las que resquebrajan la armonía en el cuerpo de Cristo. Recordemos lo que le pasó a María, la hermana de Moisés, cuando murmuró contra su hermano. El llamado es a ocuparnos en la  salvación en lugar de la  murmuración y el ser contencioso o  “busca pleito”, que es la traducción del original. Ocupémonos en la salvación cuidando la unidad. Evitamos la murmuración y la contienda, haciendo realidad el  llamado de la palabra: “Haya, pues, en vosotros el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús…”.

 

  1. Para ello es necesario completar el gozo apostólico. Después de elogiar las características de la iglesia, el apóstol les invita a que completen su gozo, como si todavía faltara algo v. 2 ¿Cómo se preserva la unidad en el cuerpo de Cristo? Bueno, el apóstol nos hace un llamado a sentir lo mismo a través de cuatro afirmaciones y exhortaciones vv. 3, 4. Con este llamado el apóstol no está diciendo que no podemos sentir cosas distintas, toda vez que poseemos nuestra propia manera de pensar. Sin embargo, nos está diciendo que en lo que respecta a la unidad de la iglesia, para que ella logre sus fines, debemos sentir lo mismo. Cuando Jesús oró por sus discípulos le pidió al Padre que ellos fueran perfectos en unidad para el que el mundo conozca (Jn. 17:23). Ese es el fin de la unidad de la iglesia. Y es un hecho que lo que nos mantiene ocupados en la salvación tiene que ver con el mismo amor que sentimos. El llamado para hacer realidad esto es: “Haya, pues, en vosotros este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús…”.

 

III. NOS OCUPAMOS DE LA SALVACIÓN EN LA MEDIDA QUE SOMOS LUMINARES PARA ESTE MUNDO v. 15

 

  1. Hay que ser irreprensibles y sencillos. El apóstol nos dice que uno de los resultados de una vida que no le da cabida a la  murmuración es que llega a ser “irreprensible”. ¡Qué bueno es no hablar mucho! La altivez y la arrogancia no forman parte de la vida cristiana. Estas cualidades son necesarias porque vivimos en una sociedad, que al igual que la calificó Pablo, es “maligna y perversa”. El mundo quiere ver hechos más que palabras. Y para llegar a tener estas altas cualidades morales se nos invita a tomar el ejemplo de Cristo: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús…”

 

  1. La necesidad de resplandecer. En el día cuarto de la creación, Dios hizo las dos grandes lumbreras para que se enseñoreasen en el día y en la noche (Gn. 1:14-19). Desde entonces la función de ambas es resplandecer. ¿Puede imaginarse un día donde no haya ni sol ni luna ni estrellas? Pablo le dice a la iglesia de Filipos que aunque estaban viviendo en una sociedad “maligna y perversa”, era allí donde más tenían que brillar. A veces brillamos mucho en la iglesia, pero afuera somos como una luciérnaga. El creyente debiera revisar que su “batería” está mandando buena corriente para que haya una luz clara. Jesús nos dijo que nosotros somos la “la luz del mundo”. Nosotros somos los responsables para que este mundo no ande en tinieblas. La mejor manera de ocuparnos de nuestra salvación es ayudando a que otros sean salvos. ¿Cómo lograr esto? El llamado de la palabra es: “Haya, pues, en vosotros este sentir que también hubo en Cristo Jesús…”.

 

  1. NOS OCUPAMOS DE LA SALVACIÓN EN LA MEDIDA QUE NOS OCUPAMOS DE LA PALABRA v. 16

 

La alocución  “asidos de la palabra de viva”, tiene que ver con la idea de agarrarse de ella, hasta empaparse de su contenido. No habrá mejor manera de ocuparse de nuestra salvación que el estar ocupados en la palabra viva. El creyente es del tamaño de la palabra que lee y atesora. Tenemos la impresión que los hermanos de Filipos, por pertenecer a la región donde se dio la visión del “varón  macedonio”, fueron muy celosos en el estudio de la palabra como lo fueron los hermanos de Berea, de quienes se dice que: “Eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch. 17:11). Estamos conscientes que existe un gran “analfabetismo bíblico”. Después de nuestra conversión la tarea más grande que tenemos es la escudriñar las Escrituras. Su contenido en nuestros corazones nos hará brillar como auténticas lumbreras. ¿Por qué razón? Porque esta es una palabra “viva”. No es palabra muerta como la de los hombres. Cuando vamos a ella descubrimos la vida que nos ofrece: “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10).

¿Cuál es el propósito de asirse de esa palabra?  Que quienes nos hayan instruido en ella, y tengan que dar cuenta de sus ovejas cuando Cristo venga, puedan gloriarse de que no corrieron en vano ni en vano trabajaron. Nos asimos de esa palabra viva, al hacer realidad el llamado: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo…”

 

CONCLUSIÓN: Al llegar a esta parte final usted tiene que responder a este imperativo bíblico. Si usted es salvo por la gracia del Señor, usted es llamado a hacer su parte en la salvación, no para asegurarla, toda vez que ya eso es un hecho, sino porque al ocuparse en la salvación estará ocupado en lo que Dios también se ocupa: la salvación del perdido. ¿Por qué decimos esto? “Porque Dios es quien produce el querer como el hacer por su buena voluntad”. Ocupémonos en la salvación. Esto es lo que finalmente contará para el reino de los cielos. Recordemos lo que Jesús dijo: “Haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt.6:20, 21)

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