Las tres realidades del pecado

0
129

EL EVANGELIO EN MARCHA

Las tres realidades del pecado

MENSAJES ACERCA DE LA CARTA DE 1 JUAN (1 JUAN 1:8-10)

Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor

 

INTRODUCCION: Un predicador acababa de invitar a sus oyentes a buscar de Dios, cuando un joven exclamó: -Usted habla del peso del pecado. Yo no lo siento ¿Cuánto pesa? Veinte kilos, cien kilos-. -Dígame -le preguntó el predicador-, si usted pusiera un peso de cien kilos sobre el pecho de un hombre muerto, -¿Lo sentiría él? No, ya que está muerto -Contestó el joven. El predicador prosiguió: -Pues bien, el hombre que no siente el peso del pecado está espiritualmente MUERTO. El pecado no se siente como un peso colocado en nuestras espaldas, pero cuando somos librados de él notamos que una gran carga ha sido quitada. El pecado es una realidad, no podemos ocultar su presencia ni ignorar sus efectos. Si bien a veces no nos percatamos de él, quizás por una conciencia que se ha cauterizado, esto no minimiza el poder que ejerce en nosotros. Dios le dijo a Adán que el día que comiera del árbol de la “ciencia del bien y del mal” moriría, y en efecto eso sucedió (Gn. 3). Nuestros padres comieron del fruto prohibido y ahora todos morimos. La muerte física y espiritual es el resultado del pecado. Toda vida antes de conocer a Cristo está muerta en sus delitos y pecados. El pecado sacó a Luzbel del cielo y lo convirtió en Satanás junto con todos sus demonios. El pecado sacó a nuestros padres Adán y Eva del Edén y los convirtió en una raza pecadora. Pero lo que ha sido más grande, el pecado hizo que Dios ofreciera a su propio Hijo como el único Cordero que podía quitar el pecado del mundo. Así, pues, el pecado es una realidad en la tierra. No en vano la misma palabra nos dice que la tierra gime con dolores de parto a causa del pecado mismo (Ro. 8:20, 21). Juan nos habla en su primera carta, como en ninguna otra, acerca de la realidad del pecado, y la necesidad de andar en la luz y en confesión para tener victoria sobre el. Hoy nos enfocaremos en las tres realidades del pecado. ¿Cuáles son?

 

  1. HAY UNA REALIDAD ACERCA DE LA NATURALEZA PECADORA EN CADA SER HUMANO

 

  1. “Si decimos que no tenemos pecado… v. 8ª. ¿Y puede haber alguien que diga esto? Pues así parece. Aunque es cierto que hay hombres honestos que siempre reconocerán sus pecados, y su naturaleza inclinada hacer lo malo, hay otros que consideran que no son pecadores, sino que lo que hacen es el resultado de un acondicionamiento ambiental. De esta forma podemos ver que será muy fácil echarle la culpa de nuestros males a alguna herencia biológica, al temperamento con el que nacimos, o simplemente a algún defecto paterno. Otros optan por echarle la culpa a aquellos que lo indujeron a pecar, de tal manera que lo que hoy viven es el resultado de una conducta inducida. Esto hace, pues, que muchos crean que no tienen responsabilidad por sus pecados. Pero la verdad es que el pecado está en nuestro ADN. Nacemos bajo una condición de pecado. Un niño pronto revelará un carácter que necesita ser corregido. Descubrirá que puede pegarle a otro como mecanismo de defensa. La razón de esto es porque fuimos concebidos en pecado.

 

  1. “Nos engañamos a nosotros mismos…” v. 8b. El engaño es tan viejo como el mundo mismo. Recordemos que fue Satanás, el padre de esa criatura, quien desde el principio lo usó para la caída del hombre, y hasta el día de hoy lo usa para todos sus fines. Y de todas las formas de engañarse, la peor de ellas es cuando Juan habla del hombre que dice que no tiene pecado al justificarse a sí mismo, dejando la impresión que son otros los que tienen pecado. Hay tres personas que al final descubren nuestra capacidad para engañar. La primera persona de la que hablamos es Dios, quien jamás puede ser burlado (Ga. 6:7). Recordemos que uno de sus grandes atributos es la omnisciencia, sabiendo todas las cosas. El otro es mi prójimo, quien si bien es cierto podrá ser engañado por un tiempo, al final también reconocerá que lo que digo o hago no pasa la prueba de la transparencia. Pero lo peor será dejar que el pecado nos siga engañando a nosotros mismos. Eso no es amarse a sí mismo. Recordemos que este también es un mandamiento. Esto nos hace ver que el engaño no es sostenible en el tiempo, porque pronto se descubre.

 

  1. HAY UNA REALIDAD ACERCA DE LA PRÁCTICA DEL PECADO EN CADA SER HUMANO

 

  1. “Si decimos que no hemos pecado…” v. 10ª. Ahora Juan hace un ligero cambio para seguir tratando el asunto del pecado en el creyente. Su énfasis se enfoca en la práctica del pecado. Una cosa es decir que no tenemos pecado y otra es que no hemos pecado. La una tiene que ver con la naturaleza del pecado, mientras que la otra se enfoca en la acción del pecado. Hay hombres que dicen que no han pecado o que no cometen pecado. La confianza en sus propias obras, así como en su propia justicia, pareciera hacerlos inmunes para cometer pecado. Pero la verdad es que la actividad del pecado es un hecho notorio en cada hombre. Sin bien es cierto que en algunos es más visible que otros, al final todos cometemos pecados de omisión o de comisión. Pecamos de pensamientos, palabras o de hechos. Fue Pablo, quien hablando de la obra del pecado en su propia vida, dijo: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Ro. 7:15). ¿Nos parece esto familiar? En su comentario Pablo admite no solo la realidad del pecado, sino la manifestación del pecado en cada creyente.

 

  1. “Le hacemos a él mentiroso” v. 10b. Negar que no hemos pecado como algunos maestros durante el tiempo de Juan pensaban, es decirle a Dios que todo lo que ha dicho de nosotros como seres caídos y pecadores, es mentira. En uno de los salmos se afirma la condición del hombre pecador de la siguiente manera: Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno (Sal. 14:3). Y Pablo lo afirma de otra manera: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Ro. 3:23). Tratar a Dios como mentiroso constituye una flagrante blasfemia. Esto es lo que Juan advierte. ¿Y sabe usted lo que significa cometer este pecado? ¿A qué se expone una persona que llame a Dios mentiroso? pues nada menos que al juicio divino. Jesús habló con mucha contundencia sobre la blasfemia contra el Espíritu Santo. Y en efecto cuando alguien no admite sus pecados y rechaza la obra del calvario, se expone al juicio de Dios, pues la Biblia dice: “Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso”. Así que esta advertencia va contra todos aquellos que no reconocen sus pecados delante de Dios.

 

  1. “Su palabra no está en nosotros” v. 10c. Bueno, Juan toca el resultado final de aquel que sostiene que no ha cometido pecado, diciendo que la palabra de Dios no está en nosotros. Esta es otra acusación muy fuerte. Por la misma Biblia entendemos que el nacimiento espiritual es el resultado de la intervención de palabra a través de la obra del Espíritu Santo.

 

III. HAY UNA REALIDAD ACERCA DEL PERDÓN DISPONIBLE PARA CADA SER HUMANO

 

  1. “Si confesamos nuestros pecados…” v. 9ª. La verdad es que si este versículo no apareciera en este texto quedaríamos sin esperanza después de toda esa grafica acusación acerca de la realidad del pecado en nuestras vidas. Si no apareciera este texto quedaríamos expuestos al más horrible dominio del pecado. Porque el pecado es una presencia que nos induce a pensarlo y cometerlo. Pero también es cierto que a través de la obra del calvario el pecado fue sentenciado. Por lo tanto, la condición que Juan nos presenta es “si confesamos nuestros pecados…”. No hay otro tratamiento que valga contra el pecado. Tratar de retenerlo, ocultarlo o justificarlo no ayuda en nada a nuestra condición pecadora. Hay que confesarlo. Eso es, hay que traerlo delante del único que puede perdonarlo. Es exactamente la invitación que hizo el profeta Isaías, quien reconociendo los feos colores al que nos somete el pecado, nos habló de la necesidad de “venir y estar a cuentas” con Dios (Is. 1:18). La confesión cambia de color al pecado.

 

  1. Perdón y limpieza al final de todo v. 9b. La confesión de nuestros pecados cuenta con la más grande garantía del perdón y la limpieza de la que podamos disponer. El único que puede perdonar pecado es Jesucristo. Ya él se los había dicho a los fariseos que lo tildaron de blasfemo por su declaración cuando tuvo al paralítico a quien bajaron por el techo de la casa (Lc. 5:24). En aquella ocasión antes de sanar al paralítico, primero perdonó sus pecados. Juan nos dice que Cristo es “fiel y justo” para perdonar nuestros pecados. En Apocalipsis, Juan se refiere a Cristo como “fiel y verdadero” (Apc. 19:11), que es otra manera para describir sus atributos a favor del pecador penitente. No solo entregó su vida en la cruz del calvario sino que es “fiel y justo” para dar perdón a todo aquel que lo demande. Cristo perdona y limpia nuestro pecado. Estas dos acciones nos ponen de manifiesto que el perdón borra el pasado, mientras que la limpieza de los mismos hace nuevo el futuro de casa hombre. Así, pues, hay un perdón disponible. Nuestro salvador es “fiel y justo” a la hora de tratar un pecado confesado. No dejemos de venir a él. La vida feliz está escondida en este texto. Venga a Cristo ahora.

 

CONCLUSIÓN: Un poeta, hablando del pecado, su miseria y la necesidad de la confesión, ha escrito: “Pequé, Señor, y debo revelarte con amargura de alma, mi osadía, me abruma mi pecado noche y día, y pruebas de pesar quisiera darte. Ninguna excusa puedo presentarte pues por demás tu ley yo conocía, y en lo íntimo del alma bien sabía que mi pecar habría de enojarte. Más, ¡oh, Señor! mi natural humano a veces, por el mal, ganado advierto: Y al espíritu vence la materia. Que siempre, Padre, sobre mí tu mano, al conducirme por camino cierto, muéstreme del pecado la miseria”. Que así sea. Que nuestra oración al Señor nos muestre la miseria del pecado, pues es una realidad en todos nosotros. Pero sobre todo, que al apropiarnos de la promesa que el Señor es “fiel y justo” para perdonarlo, sintamos el alivio del perdón al confesarlo. Amén.

Si usted quiere comunicarse con el pastor Julio, llámelo al (571) 251- 6590 o escríbale a pastorjulioruiz55@gmail.com