¿Quién acusará a los escogidos de Dios si El los justifica?

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EL EVANGELIO EN MARCHA

¿Quién acusará a los escogidos de Dios si El los justifica?

Por: John Piper

 

Justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús (Romanos 3:26). Justificados por la fe tenemos paz para con Dios. La conciencia no acusa más. El juicio se decide ahora en favor del pecador. La memoria recuerda con profundo dolor los pecados pasados, pero no teme ningún castigo, pues Cristo ha pagado la deuda de su pueblo hasta la última jota y la último tilde, y ha recibido la aprobación divina.

A menos que Dios sea tan injusto como para demandar un pago doble por una deuda, ninguna alma, por la cual Cristo murió como sustituto, puede jamás ser echada al infierno. Creer que Dios es justo parece ser uno de los fundamentos de nuestra naturaleza iluminada. Sabemos que esto debe ser así. Al principio nos causaba terror pensar en esto. Pero, ¡qué maravilla, que esta misma creencia de que Dios es justo, llegara a ser más tarde, el pilar en que se apoyaría nuestra confianza y nuestra paz! Si Dios es justo, yo, pecador sin sustituto, debo ser castigado. Pero Jesús ocupa mi lugar y es castigado por mí.

Y ahora, si Dios es justo, yo, que soy un pecador que está en Cristo, no puedo perecer. Dios cambia de actitud frente a un alma, cuyo sustituto es Jesús; y no hay ninguna posibilidad de que esa alma sufra la pena de la ley. Así que, habiendo Jesús tomado el lugar del creyente, habiendo sufrido todo lo que el pecador debía haber sufrido a causa de su pecado, el creyente puede exclamar triunfalmente: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios?». No lo hará Dios, pues Él es el que nos justifica; tampoco lo hará Cristo, pues Él es el que murió, «más aún el que también resucitó».

No tengo esta esperanza porque no sea pecador, sino porque soy un pecador por quien Cristo murió. No creo que yo sea un santo, pero creo que, aunque soy impío, Él es mi justicia. Mi fe no descansa en lo que soy, sino en lo que Cristo es, en lo que Él ha hecho, y en lo que está haciendo ahora por mí.

 

 

Desconfiando de los medios

La manos de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan; mas su poder y su furor, contra todos los que le abandonan (Esdras 8:22). Por muchos motivos hubiera sido deseable que la compañía de peregrinos tuviese una escolta, pero una vergüenza santa no permitió que Esdras la consiguiera.

El temía que el rey pagano pensara que sus profesiones de fe en Dios, eran meras hipocresías, o que imaginara que el Dios de Israel no era capaz de preservar a sus adoradores. Esdras no podía decidirse a confiar en un brazo de carne, para un asunto en el cual tan evidentemente intervenía el Señor, y, por lo tanto, la caravana salió sin protección visible, pero guardada por el que es la espada y el escudo de su pueblo. Tememos que sean pocos los creyentes que sienten este santo celo por Dios. Aun aquellos que, en alguna manera, marchan por fe, empañan el brillo de sus vidas, implorando la ayuda del hombre.

Es mucho mejor no tener apoyo ni sostén, sino estar en pie sobre la Roca de los Siglos, sostenidos solo por el Señor. ¿Buscarían los creyentes subvenciones del estado para la Iglesia si recordaran que, pidiendo ayuda al César, afrentan al Señor?.

Alma mía, espera solo en Dios. «Pero» –dirá alguno– «¿no se pueden usar los medios?». Es muy posible que sí. Pero nuestra falta rara vez reside en la omisión de los medios. Con mucha más frecuencia reside en que neciamente confiamos en ellos, en lugar de confiar en Dios. Pocos son los que dejan de confiar en la ayuda humana; en cambio, son muchos los que pecan grandemente confiando en ella. Aprende, querido lector, a glorificar a Dios.