El pecado nos impide acercarnos al Señor

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EL EVANGELIO EN MARCHA

El pecado nos impide acercarnos al Señor

 Por: John Piper

 

Si la lepra hubiere cubierto todo su cuerpo, declarará limpio al llagado (Levítico 13:13)

Este reglamento parece muy raro, y, sin embargo, había en él sabiduría, pues el hecho de expeler la enfermedad demostraba que la constitución física del paciente era sana. Puede ser bueno para nosotros, esta mañana, ver la enseñanza  típica  de  este  precepto  tan  singular.

Nosotros  también somos leprosos y podemos leer la ley del leproso como aplicable a nosotros mismos. Cuando un hombre se ve enteramente perdido y arruinado, todo cubierto con la contaminación del pecado y sin ningún miembro libre de corrupción; cuando renuncia a todos sus derechos y se confiesa culpable delante del Señor, entonces el tal es limpio por la sangre de Jesús y por la gracia de Dios.

La iniquidad oculta, no sentida ni confesada, es una verdadera lepra, pero cuando el pecado es manifiesto y sentido, recibe un golpe mortal, y el Señor mira con ojos de compasión al alma afligida por el mal. Nada es más grave que la justicia propia, ni nada nos trae más esperanza que la contrición. Hemos de confesar que no somos «otra cosa más que pecado», pues ninguna otra confesión será verdadera.

Si el Espíritu Santo obra en nosotros, convenciéndonos de pecado, no tendremos dificultad en hacer esa confesión, pues brotará espontáneamente de nuestros labios. ¡Qué aliento trae este texto a los que están bajo una profunda convicción de pecado! El pecado lamentado y confesado, aunque sea horrible y repugnante, nunca impedirá que el hombre se acerque al Señor Jesús.

El que a Jesús va, Él no lo echa fuera. Aunque sea deshonesto como el ladrón, impúdico como la mujer pecadora, impetuoso como Saulo de Tarso, cruel como Manasés y rebelde como el hijo pródigo, el gran corazón de amor atenderá al hombre que siente que en él no hay nada sano, y lo declarará limpio cuando confíe en Jesús crucificado. Ven, pues, a Él, cargado pecador.

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El Señor, la mejor defensa

¿No son todos los espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación? (Hebreos 1:14). Los ángeles son los invisibles servidores de los santos de Dios, puesto que ellos nos llevan en sus manos para que nuestro pie no tropiece en piedra. La lealtad a su Señor los guía a tomar un profundo interés en los hijos de su amor.

Se regocijan cuando el pródigo vuelve a la casa de su padre aquí, y dan la bienvenida al creyente cuando llega al palacio del Rey en las alturas. En la antigüedad, los hijos de Dios fueron favorecidos con la aparición de los ángeles, y ahora, aunque invisibles a nuestra vista, los cielos están todavía abiertos, y los ángeles de Dios suben y descienden sobre el Hijo del Hombre, con el fin de visitar a los herederos de la salvación.

Los serafines vuelan aún con carbones encendidos tomados del altar, para tocar los labios de los hombres muy amados. Si nuestros ojos estuviesen abiertos, veríamos los caballos de fuego y los carros de fuego en derredor de los siervos del Señor, pues nos hemos llegado a una innumerable compañía de ángeles, todos los cuales son custodios y protectores de la simiente real. ¡A qué augusta dignidad son elevados los escogidos de Dios, que los brillantes cortesanos del cielo llegan a ser sus voluntarios servidores!.

¡A qué gloriosa comunión se nos eleva, pues tenemos relaciones con los inmaculados habitantes del cielo! ¡Cuán bien defendidos estamos, pues veinte mil carros de Dios están armados para nuestro rescate! ¿A quién debemos todo esto? Que el Señor Jesucristo sea siempre querido por nosotros, pues por Él se nos ha hecho sentar en lugares celestiales, sobre todo principado y potestad. Él acampa en derredor de los que le temen. Él es el verdadero Miguel, cuyo pie está sobre el dragón. ¡Salve, Jesús, ángel de la presencia de Jehová! A ti esta familia ofrece sus votos matutinos.