EL EVANGELIO EN MARCHA
¿Somos irreprochables delante de Dios?
Por: John Piper
Delante de su gloria con gran alegría (Judas 24). Medita en esta admirable palabra: irreprensible. Nosotros estamos ahora muy lejos de serlo; pero, como el Señor no carece de perfección en su obra de amor, algún día lo alcanzaremos. El Señor, que guardará a su pueblo hasta fin, se lo «presentará también para sí como una Iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante, sino santa y sin mancha».
Todas las gemas de la corona del Salvador son de primera agua y sin una sola falla. Todas las damas de honor que acompañan a la esposa del Cordero son vírgenes castas, sin mancha ni tacha. Pero, ¿cómo nos hará Jesús irreprensibles? Nos lavará de nuestros pecados en su propia sangre hasta que seamos tan blancos y hermosos como el más puro ángel de Dios.
Seremos vestidos con su justicia, esa justicia que hace que el santo que la vista sea positivamente irreprensible, y perfecto en la presencia de Dios. Seremos irreprensibles e irreprochables aun en sus ojos. Su ley no solo no nos acusará, sino que será magnificada en nosotros. Además, la obra del Espíritu Santo en nosotros será completa.
Nos hará tan perfectamente santos que desaparecerá de nosotros la tendencia a pecar. El juicio, la memoria, la voluntad; cada una de las facultades y cada uno de los sentimientos serán librados de la esclavitud del mal. Seremos santos como Dios es santo, y estaremos en su presencia para siempre. Los santos no estarán en el cielo fuera de ambiente; su belleza será tan sublime como la belleza del lugar que se les ha preparado.
¡Oh, cuál será el éxtasis de esa hora cuando las puertas eternas se levanten, y nosotros, aptos ya para la herencia, habitemos con los santos en luz! El pecado quitado, Satanás cerrado, la tentación eliminada y nosotros irreprochables delante de Dios. ¡Esto en realidad será un cielo! Alegrémonos, mientras ensayamos el canto de eterna alabanza.
Nada podemos hacer
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer. (Juan 15:5). Imaginen que están totalmente paralizados y que no pueden hacer nada por ustedes mismos más que hablar. Imaginen también que un amigo que es fuerte y de confianza les prometiera vivir con ustedes y hacer lo que necesiten. ¿Cómo podrían honrar a su amigo si un desconocido llegara a visitarlos?
Si intentaran levantarse de la cama y cargar a su amigo en la espalda, ¿estarían dando honor a la generosidad y fuerza de su amigo? ¡Desde luego que no! Por el contrario, lo que harían sería decirle: «Amigo mío, ¿podrías levantarme y poner una almohada en mi espalda para que pueda mirar a mi invitado? ¿Podrías también ponerme los lentes?».
Así su invitado entendería, al escuchar su pedido, que están imposibilitados y que su amigo es fuerte y bondadoso. Glorificarían a su amigo al expresar que lo necesitan y al pedirle ayuda y al contar con él.
En Juan 15:5, Jesús dijo: «separados de mí nada podéis hacer». Eso significa que de verdad somos paralíticos. Sin Cristo, no podemos hacer nada bueno. Como dijo Pablo en Romanos 7:18: «Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno».
Sin embargo, según Juan 15:5, Dios tiene la intención de que hagamos algo bueno, es decir, que demos fruto. Por lo tanto, como nuestro amigo fuerte y confiable en Juan 15:15 dice: «os he llamado amigos», él promete hacer por nosotros lo que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos.