El discípulo no tiene que ser más que su Maestro

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EL EVANGELIO EN MARCHA

El discípulo no tiene que ser más que su Maestro

 
Comunión con Él (1 Juan 1:6) Cuando por la fe fuimos incorporados a Cristo pasamos a tener una comunión tan íntima con Él que llegamos a ser uno. Sus intereses y los nuestros se hicieron mutuos e idénticos. Nosotros tenemos comunión con Cristo en su amor. Lo que Él ama, lo amamos nosotros. Él ama a los santos; nosotros también. Él ama a los pecadores; nosotros igual. Él ama a la pobre especie humana, que está pereciendo, y desea ver los desiertos de la tierra transformados en jardín del Señor; y así lo deseamos nosotros.

  Nosotros tenemos comunión con Él en sus deseos. Él desea la gloria de Dios; y nosotros trabajamos para lo mismo. Él desea que los santos estén donde Él está; y nosotros deseamos estar con Él. Él desea derrotar al pecado; y nosotros luchamos bajo su bandera. Él desea que el nombre de su Padre sea amado y adorado por todas sus criaturas; y nosotros oramos a diario: «Venga tu reino, Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra». Nosotros tenemos comunión con Cristo en sus sufrimientos.

  No somos clavados en la cruz ni morimos de muerte cruel, pero si Él es vituperado, lo somos igualmente nosotros. Nos es muy agradable ser afrentados por su causa, ser despreciados por seguir al Maestro y tener el mundo en contra de nosotros. El discípulo no tiene que ser más que su Maestro. Dentro de nuestra capacidad también tenemos comunión con Él en sus labores, ministrando a los hombres con la palabra de verdad y con las obras de amor. Nuestra comida y bebida, como fue la de Él, es hacer la voluntad del que nos envió y acabar su obra.

  También tenemos comunión con Cristo en sus goces. Somos felices en su felicidad y nos gozamos en su exaltación. Creyente, ¿has proba-do alguna vez aquel gozo? No hay en la tierra placer más puro y conmovedor que tener en nosotros el gozo de Cristo, para que nuestro gozo sea cumplido.

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Sujetos a esperanza

  Por lo cual Dios, deseando mostrar más plenamente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su propósito, interpuso un juramento, a fin de que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, los que hemos buscado refugio seamos grandemente animados para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. (Hebreos 6:17-18)

  ¿Por qué el escritor de Hebreos nos anima a asirnos de nuestra esperanza? Si aferrarnos a ella es algo que la sangre de Jesús obtuvo y aseguró irrevocablemente, ¿por qué Dios nos llama a asirnos de la esperanza?

  LA RESPUESTA ES: Cristo, al morir, no pagó por la libertad de no tener que asirnos, sino por el poder que nos permite hacerlo.

  Cristo no pagó para anular nuestra voluntad, como si no tuviéramos que sujetarnos a ninguna esperanza, sino para fortalecer nuestra voluntad porque queremos asirnos.

  Cristo no pagó para cancelar el mandamiento de asirnos, sino para que se cumpla el asirnos. Cristo no pagó para terminar con las exhortaciones, sino por la victoria de las exhortaciones.

  Cristo murió para que podamos hacer precisamente lo que Pablo hizo en Filipenses 3:12: «Sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús». Esto no es tontería, es el evangelio diciéndole al pecador que haga lo que solo Cristo puede posibilitarle: que tenga esperanza en Dios.

  Por eso, los exhorto de todo corazón: busquen alcanzar aquello por lo cual fueron alcanzados por Cristo, y aférrense a ello con todas sus fuerzas.