EL EVANGELIO EN MARCHA
Buscando toda fuerza y ayuda en Él
Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas (Eclesiastés 9:10). «Todo lo que te viniere a la mano para hacer» se refiere a los trabajos que son posibles. Hay muchas cosas que nuestro corazón tiene para hacer, que no haremos nunca. Está bien que ellas estén en nuestro corazón, pero si queremos ser eminentemente útiles, no hemos de estar satisfechos con hacer proyectos en nuestro corazón y hablar de ellos, sino tenemos que llevarlos a cabo.
Una buena obra vale más que mil brillantes teorías. No aguardemos experiencias excepcionales ni una clase distinta de obras, sino hagamos día por día «lo que nos viniere a la mano para hacer». Nosotros no tenemos otro tiempo que el presente en que vivir. El pasado se ha ido; el futuro no ha llegado; nunca, pues, tendremos otro tiempo que el presente. No esperes, entonces, hasta que tu experiencia entre en la madurez antes de intentar servir a Dios. Esfuérzate en llevar fruto.
Sirve a Dios ahora, pero mira bien cómo realizas aquello que te viniere a la mano para hacer: «hazlo según tus fuerzas». No desperdicies tu vida pensando en lo que te propones hacer mañana, como si eso pudiera compensar el ocio de hoy. Ningún hombre sirvió jamás a Dios «haciendo cosas mañana». Glorificamos a Cristo y recibimos bendiciones de Él por las cosas que hacemos hoy. Cualquier cosa que hagas por Cristo, pon en ella toda tu alma. No presentes a Cristo una obra desganada, hecha de vez en cuando como algo común.
Cuando lo sirvas, sírvele, más bien, con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu fuerza. Pero ¿dónde está la fuerza de un cristiano? No en sí mismo, pues él es una perfecta debilidad. Su fuerza reside en el Señor de los ejércitos. Busquemos, pues, su ayuda. Obremos con oración y con fe; y cuando hayamos terminado lo que nuestras manos hallaron para hacer, esperemos una bendición del Señor. Lo que hagamos así, estará bien hecho.
Jesús ora por nosotros
Por lo cual Él también es poderoso para salvar para siempre a los que por medio de Él se acercan a Dios, puesto que vive perpetuamente para interceder por ellos. (Hebreos 7:25).
Cristo es poderoso para salvar completamente para siempre, ya que vive perpetuamente para interceder por nosotros. En otras palabras, no podría salvarnos para siempre si no continuara intercediendo por nosotros para siempre.
Esto significa que nuestra salvación es tan segura como el sacerdocio de Cristo es indestructible. Por eso es que necesitamos un sacerdote mucho más grande que cualquier humano. La deidad de Cristo es garantía de su indestructible sacerdocio por nosotros.
Por lo tanto, no deberíamos hablar de nuestra salvación en los términos estáticos en que solemos hacerlo, como si dependiera de una decisión que una vez tomé y una obra que Cristo una vez llevó a cabo al morir y resucitar, y eso fuese todo. La salvación no se trata únicamente de eso.
Hoy mismo estoy siendo salvo por la eterna intercesión de Jesús en el cielo. Jesús está orando por nosotros y en eso consiste nuestra salvación. Somos salvos para siempre por las eternas intercesiones de Jesús (Romanos 8:34) y porque Cristo aboga en nuestra defensa (1 Juan 2:1) en el cielo como nuestro sumo sacerdote. Él ora por nosotros, y sus oraciones hallan respuesta porque son perfectas y están basadas en su perfecto sacrificio.