(DEUTERONOMIO 32:4; SALMOS 89:14; 116:5)
INTRODUCCIÓN
Cuando hablamos de la justicia de Dios nos referimos a ella cómo el instrumento mediante el cual Él trabaja con todos sus demás atributos comunicables, tales como su santidad, fidelidad y misericordia. Y la aplicación de esa justicia divina es notoria cuando Dios ejerce su santidad. Por su naturaleza santa, Dios está alejado del pecado, y para quitar el pecado de su presencia Dios necesitó aplicar su justicia.
¿Cómo entendemos todo esto? No hubo ningún sacrificio para satisfacer la justicia de Dios en el pasado, porque todos eran imperfectos. Por lo tanto, Dios necesitaba un sacrificio aceptable para satisfacer su justicia, y es allí donde entra el tema de la cruz. Somos muy dados a quejarnos de las injusticias de la vida, y los más osados se quejan de las injusticias de Dios. Pero si hubo alguien que debió quejarse de la injusticia, fue Jesús.
¿Por qué razón? Porque Jesús es el único hombre inocente a quien Dios ha castigado. La justicia humana castiga a inocentes, pero ¿cómo explicar a un Dios justo castigando a un inocente? Bueno, es aquí donde nuestros pensamientos de la teología se agotan. El Dr. R. S. Sproul ha dicho que la cruz es el ejemplo más horrible, pero a la vez el más hermoso de la ira de Dios. Es el acto más justo, pero a la vez el más lleno de gracia en la historia jamás conocida.
Y termina diciendo: “si Jesús no hubiese estado dispuesto a tomar sobre sí los pecados del mundo, Dios hubiera sido más que injusto, y hasta diabólico en castigar a Jesús”. De esta manera, cuando Jesús decidió voluntariamente llevar nuestros pecados se hizo maldito delante del Padre, porque Dios derramó su ira santa sobre su Hijo santo, como si él fuera una escoria ante los mismos ojos de Dios.
Paradójicamente, fue en ese acto cuando la justicia de Dios se manifestó perfectamente, pues a través de ella Él logró nuestra salvación. Así pues, la aplicación de la justicia de Dios es la única manera cómo se puede entender los demás atributos. Esto nos llevará a la conclusión que la justicia de Dios será terrible para algunos, pero una bendición para otros. Veamos de qué se trata.
I. LA JUSTICIA DE DIOS ES JUSTICIA PERFECTA
Así declara Deuteronomio 32:4. Cuando hablamos de la justicia divina hay dos asuntos dominantes. Uno es de carácter teológico, porque esa justicia no está sujeta a ningún tipo de corrupción como la justicia de los hombres, la cual debiera ser guía, luz y esperanza para nuestra gente. Pero el otro aspecto es la opinión humana acerca de la justicia de Dios. Es común escuchar a la gente preguntarse ¿cómo puede un Dios de amor permitir que esto pase?
En la mente de muchos hay un Dios “hecho a su medida”, quien debe responder sólo a ciertos atributos, sobre todo a aquellos como el del amor y la misericordia. Para algunos, la justicia y la ira de Dios no son agradables. Pero aquí es donde decimos: si Dios no fuera justo, entonces no sería Dios. La justicia de Dios es perfecta. Dios hace juicios perfectos. Él no necesita de abogados delante de su presencia para dictar su propio fallo.
La justicia de Dios no es insensible, ni se parcializa al momento de dictar una sentencia. En sus documentos probatorios, o reprobatorios, no se consignan falsos veredictos. Él no es como los jueces humanos que, debido a la corrupción misma de la justicia, condenan al inocente y liberan a los culpables. Dios castiga a los culpables, y hace justicia al inocente. Esto quiere decir que Dios es supremamente equitativo.
II. LA JUSTICIA DE DIOS VISTA EN SUS DEMÁS ATRIBUTOS
Romanos 1:18 no fue dicho en el Antiguo Testamento, sino en el Nuevo Testamento, y esto debe ser tomado en cuenta a la hora de analizar la justicia de Dios, porque nosotros tenemos una idea equivocada cuando hablamos de justicia. En efecto, es una visión totalmente distinta a la hora de pensar cómo Dios debería actuar de acuerdo con mi propio pensamiento.
¿De qué estamos hablando? Que cuando calificamos a quien debe aplicarse la justicia no lo hacemos pensando en nosotros, sino en los demás. Así pues, queremos que la justicia sea aplicada a los políticos corruptos, a los delincuentes, a los abusadores, y a todos aquellos quienes practican la injusticia.
Si alguien nos hace algo malo deseamos que esa persona reciba su merecido. Y es allí cuando viene el conflicto, porque Dios debiera complacernos al hacer justicia contra los demás, más no con nosotros. Nuestro problema con la justicia de Dios es un asunto de querer tener a un Dios hecho a nuestra medida. El argumento de algunos es que si Dios es amor cómo va a actuar con su ira, o si es un Dios justo, por qué no actúa con justicia cuando vemos la injusticia.
Pero la verdad bíblica es que la ira y el amor de Dios van juntos. El problema para algunos al pensar en la ira de Dios es verlo como si Él viviera en rabia ciega. Este pensamiento, inconscientemente nos hace clasificar los atributos de Dios, quedándonos con los menos rigurosos, como su amor, misericordia, fidelidad y su bondad.
Pero la verdad es otra: Dios te ama, pero Él no es un “abuelito” que te consiente en todo. Su justicia, amor y su ira van juntos. Esos atributos son inseparables (Salmos 116:5). Su santidad, fidelidad y misericordia necesitan de su justicia.
III. LA JUSTICIA DE DIOS BUSCA UNA FE DEMOSTRADA
Es bueno recordar que la palabra “justicia” aparece 370 veces en la Biblia y la palabra “justo” 221 veces. De esta manera, el atributo de la justicia de Dios es uno de los que más habla la Biblia, pero a su vez es uno de los más ignorados. La primera vez que aparece la palabra es en Génesis 15:6 aplicada a Abram en respuesta a su fe.
Al final de la Biblia, en Apocalipsis 22:11, se hablará otra vez de la justicia de Dios como el requerimiento para presentarse delante de Dios; eso es, que los justos sigan practicando la justicia, y que los inmundos sigan en su inmundicia todavía. Este tema de la justicia de Dios es tratado por Pablo en Romano, la carta usada por Dios para la conversión de Lutero. Martin Lutero descubrió, como cualquier pecador, que “no hay justo ni aun uno” (Romanos 3:9-12).
También descubrió que el hombre después de pecar quedó bajo juicio y una sentencia de muerte, pero sobre todo Lutero descubrió, leyendo a Romanos que “el justo vivirá por la fe” (Romanos 1:17). El apóstol Pablo y Martin Lutero, aferrados a las obras para salvarse, buscaron el camino de la fe para salvación, reconociendo que sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6).
IV. LA JUSTICIA DE DIOS ANTE LA SÚPLICA HUMANA
La justicia de Dios no viene sobre el pecador y su miseria, sin antes darle la oportunidad del arrepentimiento. Ese fue el caso de los habitantes de Sodoma. Esa ciudad se describe como pervertida y pecadora en gran manera (Génesis 18:20). Y es en base a ese conocimiento previo que Dios involucra a su siervo Abraham sobre su decisión, preguntándose: “¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer…? v. 17.
Como el juicio de Dios estaba determinado contra la ciudad, y antes que el ángel se fuera a cumplir la orden, el texto dice: “pero Abraham estaba aún delante de Jehová” v. 22. El clamor de los habitantes de la ciudad subió ante la presencia de Dios, y ahora Él va a actuar conforme a su perfecta justicia, revelando a Abraham su juicio acerca de la ciudad. Cuando Abraham oyó la sentencia condenatoria sobre Sodoma, preguntó al Señor: “¿Destruirás también al justo con el impío?” v. 23.
V. LA JUSTICIA DE DIOS EN LOS GALARDONES
Hebreos 6:10 es uno de mis textos favoritos. La primera revelación del texto es la del carácter de Dios al decirnos que él “no es injusto”. Ya hemos dicho que la justicia de Dios es perfecta. En la contundente declaración de Deuteronomio 32:4, Dios se nos revela como la Roca inconmovible, el Dios de la obra perfecta, el Dios de los caminos rectos, el Dios sin ninguna iniquidad, justo y recto.
De esta manera, al conectar la justicia de Dios, y la premiación del trabajo hecho nos produce un gran consuelo. Por lo tanto, Él no es injusto a la hora de galardonar a sus hijos. También esto nos asegura que la justicia de Dios no sólo no “olvida” nuestra obra, sino que se acordará trayendo su recompensa.
Una de las cosas asombrosas del libro de Apocalipsis es recordarnos que cuando Cristo venga, su propósito no solo será levantarnos para estar con él lo cual ya eso será demasiado, sino el hecho de traer consigo sus galardones (Apocalipsis 22:2). Él no olvida el trabajo de amor hecho para su causa y su reino.
CONCLUSIÓN:En la historia de Inglaterra hay un incidente que ilustra el ideal de la justicia imparcial de Dios. Un siervo del Príncipe de Gales cometió un delito, y a pesar de la influencia del príncipe el siervo fue sentenciado. Enojado, el príncipe entró en el tribunal y exigió al magistrado liberar al prisionero. El magistrado en jefe, Gascoigne, aconsejó al príncipe llevar su petición a su padre, el Rey Enrique IV, quién quizás perdonaría al prisionero.
El joven príncipe, furioso porque el magistrado no le obedecía trató de arrebatarle al prisionero al alcalde y llevárselo. El magistrado en ese momento se puso en pie y con voz severa demandó al príncipe obediencia a la ley y que pusiera mejor ejemplo a sus súbditos. Luego sentenció al príncipe por contumacia.
El joven príncipe reconoció la afrenta hecha contra la corte y sumiso fue a la prisión. Cuando las noticias llegaron al Rey Enrique IV, este exclamó “Bienaventurado el rey que tiene a un magistrado poseído del valor para administrar imparcialmente las leyes; y aún más, feliz es el rey cuyo hijo se somete a su justo castigo por haberlas ofendido”.
La justicia de Dios es justa, imparcial y sin la influencia para ser corrompida. Cuando así sucede, se cumplen las palabras de Isaías: “Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre.” Isaías 32:17. La justicia de Dios será buena para los buenos y buena para los malos.
Julio Ruiz es pastor de la Iglesia Bautista, Ambiente de Gracia, ubicada en la 5424 Ox Rd. Fairfax Station, VA 22039 Tel. 571-251-6590 (pastorjulioruiz55@gmail.com)