De los gritos de fiesta al enseñamiento feroz

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Por: Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor/corcoba@telefonica.net 

(Acompañar con fe a nuestro Salvador en su camino de la humildad y seguirle, no es negar la realidad, sino destruir el triunfalismo mundano. Ahí está el corazón de Cristo, con la mística de las palmas y olivos al principio, para finalizar con la gran enseñanza de sus llagas redentoras, a modo de paradigma existencial y como laurel contra las entretelas del mal).

I.- UN HIMNO DE JÚBILO: LLAMADA A LA GLORIFICACIÓN GOZOSA

Esta alegría festiva nos trasciende,

se propaga como signo de ternura,

se manifiesta como señal de afecto,

se extiende como origen de pureza,

con renovada audiencia a lo vivido.

Proclama la convicción unánime,

de que, en Jesús, Dios ha visitado

a su pueblo y ha mostrado por fin

el Mesías deseado, anhelo de paz,

sueño de una sociedad sin mancha.

En este porche de la santa Semana,

el Señor se encauza hacia todo ser, 

para hacernos vivir su fiel tránsito,

la culminación de su vida terrenal,

mientras el alma se recrea de vida.

II.- LA CRUZ DE LA PASIÓN: MISTERIO DE ESTIMA Y DE DOLOR

Todo comienza con un ¡Hosanna!,

y se consuma con un ¡Crucifícale!

Jesús afrontó libremente la muerte

en la cruz, por la victoria del amor,

y nos aportó la paz y la salvación.

Su obra de liberación no se agota,

permanece a lo largo de los siglos;

por esta causa, la Iglesia que cree

con firmeza que Él está presente,

no se cansa de alabarlo y adorarlo.

Gracias a su muerte tenemos savia,

seremos el níveo pulso de su reino,

brotaremos en la verdad del verso,

hasta florecer en su poesía divina:

como la fibra del poema, sin pena.

III.- UN GENTÍO VACILANTE: DEL APRECIO AL DESPRECIO UN PASO

Basta no perder la visión interna,

para descubrir nuestra debilidad,

y lo que era una multitud festiva,

pasa a ser una afluencia aburrida,

incoherente con la voz del relato. 

Unidos entre sí al apego mutuo,

es como se enjugan las lágrimas,

se fortifica y se purga el espíritu,

se da sustento a nuestro caminar, 

y se robustecen los días de Dios.

Caminemos bajo el crucificado,

que se exterioriza en su efusión,

para que sea visible en nosotros,

el silencio de sus brazos abiertos,

con el albor plácido del renuevo.