EL EVANGELIO EN MARCHA
PERLAS DEL ALMA
Por: Francisco Aular (faular@hotmail.com)
Tu promesa renueva mis fuerzas; me consuela en todas mis dificultades… Medito en tus antiguas ordenanzas; oh Señor, ellas me consuelan. Salmo 119:50,52 (NTV)
Llegué hasta la casa de una familia muy amiga, ellos habían perdido al padre; yo había preparado algunas palabras de consuelo para decirlas en medio de aquella prueba, pero al entrar a la casa del luto, ver a la viuda y a sus hijos que llorando vinieron hacia mí, nos abrazamos y juntos lloramos. En realidad, no tenemos palabras ni respuestas para el porqué de un momento como aquel. Me llena de consuelo recordar cuando JESÚS santificó las lágrimas: Llegó a visitar a su amigo Lázaro, este había muerto y había sido enterrado. Entonces, la Biblia nos sorprende, al darnos el versículo más grande de la Biblia, siendo el más corto: “Jesús lloró”. ¡Qué hermosa escena al ver a Dios llorar! No puedo decir las veces que el Espíritu Santo ha usado la Palabra de Juan 11:17-44, para traer alivio en medio del sufrimiento y paz en medio de las tormentas, el saber que JESÚS lloró lágrimas santificadas por sus amigos y discípulos, hace que la experiencia cristiana sea una relación de amor entre los seres humanos y Él, ¡Dios se pone a nuestro lado y se conmueve con nosotros! Aunque Él sabe que todo dolor y sufrimiento de sus verdaderos hijos son temporales, llegará el momento del gozo perfecto y eterno en el cielo. Pero cuando es tiempo de llorar, ¡JESÚS llora con nosotros!
Contrario a lo que oímos de muchos predicadores de la llamada teología de la prosperidad y de “pare de sufrir”, la verdad es que los hijos de Dios sufrimos, nos enfermamos y morimos, sin embargo, el sufrimiento del cristiano nacido de nuevo tiene una connotación diferente, las dolencias corporales corrigen la corrupción y prueban las gracias con que Dios ha revestido a su pueblo. ¡JESÚS no bajó del cielo solamente para quitarnos un dolor de cabeza, para que nos fuera bien en un viaje, para conseguirnos una buena pareja o darnos la casa de nuestro sueño! Él no vino a resguardar a su pueblo de estas aflicciones de todos los seres humanos, JESÚS vino como Regalo del cielo a salvarlos de nuestros pecados y de la ira venidera al comprarnos un lugar en el cielo por su muerte en la cruz; sin embargo, nos corresponde orar al Padre para interceder por nuestros amigos y parientes cuando están enfermos y afligidos. En cuanto a nosotros, sin duda, Dios nos da mucho más de lo que le pedimos y merecemos. Ciertamente, esto nos reconcilia con el lado más oscuro de la Providencia, en la cual la Palabra afirma que todo es para la gloria del Padre: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de los que lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos” (Romanos 8:28; NTV).
De esta manera, como actuamos al enfrentar las aflicciones de nuestro andar en esta vida, revela cuánto amamos a Dios, al cual servimos. No importa la clase de pruebas, enfermedades, pérdidas, desilusiones que padezcamos, ¡debemos saber que el propósito es glorificar a Dios por medio de ellas! El mismo JESÚS compartió esa verdad con sus discípulos: “Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo” (Juan 16:33; NTV).
Efectivamente, JESÚS amaba a Marta, a su hermana María y a Lázaro. No cabe duda tampoco que sus discípulos de Betania eran cristianos nacidos de nuevo y amaban con todas sus fuerzas al Señor, por ello, cuando JESÚS oyó que Lázaro estaba enfermo, Él dijo: “La enfermedad de Lázaro no acabará en muerte. Al contrario, sucedió para la gloria de Dios, a fin de que el Hijo de Dios reciba gloria como resultado” (Juan 11:4; NTV). Así fue, temporalmente, Lázaro revivió, y sin duda, murió después; se le acabó la vida “bíos” pero brilló para la eternidad su gloriosa vida “zoé”, la vida eterna; por ello, JESÚS dijo la Palabra que nos consuela cada vez que perdemos a un ser que tiene la vida eterna: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá” (Juan 14:25; RV60).
Pues bien, el salmista dice: “Tu promesa renueva mis fuerzas; me consuela en todas mis dificultades… Medito en tus antiguas ordenanzas; oh Señor, ellas me consuelan” (Salmo 119:50, 52; NTV). Oír la Biblia, leerla, estudiarla, memorizarla, meditarla y aplicarla, nos prepara, tanto para consolar como para ser consolados, porque ella es la Palabra que consuela.
Oración: Amado Padre: Extiende tu mano de amor sobre mi vida, llena mi vaso continuamente de ti, y en la hora de la prueba que yo tenga las fuerzas para darte honra y gloria cualquiera que sea mi situación. Ayúdame a saber que nadie ni nada me tocará un poro de mi cuerpo sin que tú lo permitas. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy: Aun cuando el creyente obedece la Palabra tendrá pruebas en este mundo, pero la Biblia le da consuelo verdadero y eterno.