Provisión total

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EL EVANGELIO EN MARCHA

PERLAS DEL ALMA

 

PAG 17Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa. Juan 19:26,27 (RV60)

Por: Francisco Aular (faular@hotmail.com)

 

Las mujeres tienen un amplio espacio en la Biblia, y esto, venciendo todas las circunstancias injustas que los hombres les han impuesto a través de los siglos. En los tiempos cuando JESÚS vino a la tierra, algunos rabinos judíos oraban así: “Bendito eres tú, oh Señor nuestro Dios, Rey del universo, que no me has hecho mujer…”, lo cierto es que la mujer ocupaba el último peldaño en la escala social. Así, que, JESÚS llegó a desafiar las reglas religiosas, culturales y civiles de un mundo dominado por hombres. Mientras que algunos rabinos consideraban que la mujer no era digna de que se le enseñara la Biblia, JESÚS alabó a María, la hermana de Lázaro, por sentarse a escuchar sus enseñanzas. Mientras que los rabinos y maestros se negaban a hablar con un samaritano, y mucho menos, con una mujer en la calle, si esta era divorciada, peor aún, pues, JESÚS evangelizó a la mujer samaritana, y no impidió que esta mujer llena de gratitud se convirtiera en la primera evangelizadora y misionera del cristianismo.

Como resultado de haber sido aceptadas por JESÚS, las mujeres se convirtieron en sus discípulas, y como consecuencia, a pesar de todas las circunstancias, ellas le seguían y servían (Lucas 8:1-3). Las primeras personas que fueron testigos de la Resurrección del SEÑOR fueron mujeres. Así, el Evangelio derribó muchas barreras dentro del Reino de Dios; San Pablo exclamó sobre los derechos de la mujer de la manera siguiente: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo” (Gálatas 3:20; RV60). La mujer, tiene por naturaleza, una inclinación natural a servir con un corazón que no espera reconocimientos; así, las vemos ser las primeras haciendo filas en los hospitales, en las entradas de las cárceles para ver a sus hijos, esposos o novios; a través de los años yo las he visto llegar de primeras al SEÑOR, y luego venir con sus familiares en el servicio de la iglesia, ¿qué hubiera hecho yo sin la ayuda de las muchas discípulas del SEÑOR, entre ellas, mi esposa, que ha sido la ayuda eficaz en la extensión de la obra de Dios?

Ahora bien, estudiando el relato de la Pasión y Muerte de JESÚS, encontramos a cuatro mujeres a los pies de la cruz y todas tenían el mismo nombre, María, en efecto, allí estaban: María la madre de JESÚS y su hermana, María Salomé, la madre de Juan y Santiago el Mayor; María “mujer de Cleofas y María Magdalena”. Ellas estaban de pie, sin duda, llorando en silencio. María, la madre de JESÚS estaba allí, en aquellas horas trágicas y sombrías en que su amado hijo moría como un malhechor. La Biblia nunca la  nombra como la virgen María, y mucho menos, como la “Madre de Dios”, aunque María fue una mujer bienaventurada al ser el vaso humano para dar a luz a JESÚS, ella nunca pretendió otro lugar que no fuera ese. Todavía resuena su voz, cuando dijo: «Hagan lo que él les diga» (Juan 2:5; NTV).

Pues bien, cuando nos acercamos a la escena del Calvario, vemos que los tormentos que JESÚS padecía en la cruz no le impidieron pensar y considerar el estado en que quedada aquella mujer tan especial que había sido su Madre, ¿quién podía consolar a aquella mujer en el cumplimiento de las palabras de Simeón, cuando se refirió a ella y al niño JESÚS al tomarlo en sus brazos?, al decirle “y una espada traspasará tu misma alma” (Lucas 2:35). ¿Quién podía recordarle al ausentarse aquel hijo amado, que ella había sido escogida dentro del admirable plan eterno de salvación para ver las maravillas de Dios? ¿Quién podía representar a María, su madre, delante de una sociedad en que a la mujer se le exigía pertenecer a un hombre?, a María, la madre de Jesús, ¿quién podría ayudarla para el sostenimiento material, ahora, en su vejez?, ¿quién compartiría con ella el gozo del domingo de resurrección, en que Él se levantaría de los muertos?…
Es muy posible que José hubiera muerto hacía ya mucho tiempo, y los hermanastros de JESUS todavía no creyeran en Él, pero, lo que sí ocurre después de su Resurrección (1 Corintios 15:7) es que Jacobo, por ejemplo, y Judas,  escriben epístolas que tenemos en el Nuevo Testamento. En momentos así, un hermano espiritual es de gran ayuda, y por eso, en aquella hora, JESÚS otorga un nuevo hijo a María, y a Juan, una nueva madre a la cual tendría que cuidar: “Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:26,27. RV60), así, JESÚS une, por el lazo filial espiritual, a aquellos dos seres humanos tan cerca de su corazón, y les da una provisión total.

Perla de hoy: Todavía a través de los siglos el consejo de la madre de JESÚS, es actual: «Hagan lo que él les diga». (Juan 2:5 NTV).