EL EVANGELIO EN MARCHA
Cuando la vida llega a su ocaso
(GÉNESIS 48:1-22)
Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor de Iglesia Bautista Hispana Columbia, Falls Church, Virginia
INTRODUCCIÓN: Por todos es sabido que el libro del Génesis es el libro de la vida, pero de igual manera es el libro de la muerte. Así que si bien es cierto que hay un componente de vida en los primeros seis días de la creación, también encontramos en sus páginas el momento cuanto comenzó la muerte. Esto, por supuesto, fue la consecuencia directa del pecado según Génesis 3. La primera referencia que tenemos de la muerte fue cuando Caín se levantó de forma violenta contra su hermano Abel. Fue la primera muerte por un crimen. Luego aparece el capítulo cinco y su larga lista de hombres de edades muy avanzadas, pasando de ochocientos años algunos, pero al final todas esas generaciones murieron. Acto seguido tenemos el capítulo seis donde se nos presenta una muerte colectiva a través del juicio del diluvio. Así, pues, Génesis es el comienzo de vida, pero también de la muerte. La muerte de los protagonistas de su historia, tales como: Abraham, Isaac, Jacob y José, quedaron registradas en sus páginas. De esta manera llegamos a los capítulos 48 y 49 que nos muestra la crónica de la muerte de Jacob, el primero de los grandes patriarcas del Antiguo Testamento. Jacob vivió 147 años en un largo peregrinaje, pero al final de sus días murió. No somos dados a hablar de la muerte. Es uno de los temas al que más evitamos tocar. Pero nadie escapa a esta realidad que nos acecha a todos por igual. La Biblia pone esta sentencia: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio…” (He. 9:27). La vida de Jacob llegó finalmente a su ocaso. Sus días de prueba y tribulación ahora quedan expuestos como una obligada referencia para cada uno de nosotros cuando veamos que el tiempo de nuestra partida “esta cercano”. Las muy sentidas palabras del viejo patriarca en estos capítulos finales nos ayudarán a enfrentar esos momentos finales. De eso queremos hablar hoy al analizar el testimonio del hombre de quien vino el pueblo de Dios y padre de José. ¿Cuáles pensamientos debieran dominar la mente de un cristiano cuando llega el ocaso de su vida?
- EL OCASO DE LA VIDA NOS EMPLAZA A MIRAR EL CAMINO RECORRIDO PARA RECORDAR LO QUE MÁS AMAMOS
- El recuerdo con su Omnipotente v. 3. Cuando Jacob hizo su recorrido a través de su pasado no pudo dejar de mencionar la noche cuando el Dios Omnipotente se le reveló en sueños en aquel lugar llamado “Luz”, que también es Betel. En esa conversación final con su amado José hizo memoria del lugar y del día donde conoció a Dios de una manera personal. Recordó que en aquel lugar hizo un pacto con Dios basado en las promesas divinas. Por su parte, Jacob recordó su determinación de serle fiel y cumplir tales promesas, entre las que incluía la adoración a él por medio de los bienes recibidos (Gn. 28:10-22). El testimonio de este gigante de la fe pone de manifiesto que en nuestro andar con Dios tiene que venir a nuestra memoria, como un recordatorio perpetuo, el momento cuando tuvimos un encuentro con Dios. Cada uno de nosotros también tendrá su propio “Betel”, que aunque no sea tan sensacional como el de la escalera de Jacob, ha sido un encuentro con el mismo Dios Omnipotente. Por cierto que después de un largo peregrinaje, Jacob volvió a Betel, esta vez con su familia e hijos, donde ofreció su adoración a Dios. Cuando llegamos al ocaso de la vida nos hace muy bien recordar quien ha sido nuestro Salvador común.
- El recuerdo con sus amados v. 7. Jacob recordó el amor más grande y el de mayor angustia de su vida, su amada Raquel. Y aunque es cierto que su tío Labán le hizo una treta, entregándole primero Lea, Jacob siempre supo que Raquel fue el amor de su vida por quien no le importó trabajar catorce años hasta tenerla como su esposa. Recordó todos los años felices que compartieron juntos, y sobre todo, recordó el impacto de su muerte, pues falleció cuando dio a luz a su último hijo Benjamín (Gn.35:18). Así, pues, en el momento de su ocaso, Jacob recordó a quien más amó después de su Dios, su bella Raquel. El patriarca de esta historia nos hace ver que si hay algo que recordar en esos momentos finales es aquellos seres que le dieron sentido a la vida, a esas personas importantes que Dios puso en nuestras vidas, y a quién mejor que recordar que la fiel y amada esposa.
- El recuerdo de sus experiencias espirituales v. 16. Cuando Jacob estaba para bendecir a su hijo José y nietos: Manasés y Efraín, otro recuerdo vino a su memoria. Este pudo ser, después de su conversión, el más importante. Recordó el encuentro que tuvo con el “Ángel del Señor” en aquella noche cuando iba a enfrentar a su hermano Esaú (Gn. 32:22-32). De todas las cosas que ahora vienen a su memoria, ésta sería la más importante, pues fue en aquella noche cuando después de haber tenido esa experiencia espiritual, se le dijo: “No se dirá más tu nombre Jacob,sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido” v. 28. Jacob recordó delante de su hijo como fue que pasó de ser el engañador Jacob, a Israel, “príncipe de Jehová”.
- EL OCASO DE LA VIDA NOS ACERCA AL PRESENTE PARA QUE NOS REGOCIJEMOS EN SU GRACIA
- Hay un regocijo por la continuidad de la gracia vv. 8-11. Si bien es cierto que ya Jacob está para cerrar su ocaso, se regocija por las bendiciones del presente. Dios le hizo ver lo que nunca pensó ver en sus años finales. Esto lo llamamos la evidencia de la gracia. La gracia divina no se agota ni se detiene para los que le aman. Por veinte años Jacob pensó que su hijo José estaba muerto y que jamás volvería a verle. Pero la gracia de Dios que siempre es más abundante de lo que pedimos o entendemos, no solo hace que Jacob vuelva a ver a su hijo, ahora como el hebreo más poderoso de Egipto, sino que también está viendo a sus nietos al final de su jornada. Esto es la gracia en plena acción.
- Hay un regocijo por la expansión de la gracia vv. 5, 9. Hay un cambio súbito en esta historia. Si bien es cierto que Jacob le dará una bendición especial a su hijo José, pero la herencia de Jacob iba a recaer en sus nietos Efraín y Manasés. Se ha preguntado por qué José no aparece como parte de las doce tribus de Israel sino sus hijos. Una de las explicaciones que se ha dado es que la tribu de Leví no fue considerada para la guerra, pues fue destinada para el servicio del tabernáculo. La incorporación de Efraín y Manasés contarían como parte del ejército de Israel. Y en todo esto lo que vemos es la extensión de la gracia. Como quiera que haya sido, Dios le dio una especial gracia a Jacob y esta fluía a través de las generaciones sucesivas. Y fue por medio de esa gracia que Dios derramó en quien sería el padre de la nación de Israel, que Dios otorgaría herencia y legado a los que se ampararon bajo su regazo. La gracia debe ser extendida. Cada hombre de Dios es llamado a dejar su legado a los de ahora y las futuras generaciones. ¿Cuál será su legado? Mi resolución debiera ser que hasta el último momento de mi vida, mis hijos, nietos, así como los que estén bajo mi liderazgo espiritual, sigan la extensión de esta gracia que tanto bien nos ha hecho hasta ahora.
III. EL OCASO DE LA VIDA NOS RECUERDA CUAN FIELES SON LAS PROMESAS DIVINAS
- Viendo al hijo y a su descendencia vv. 4, 11, 21. Fue Pedro el que dijo más adelante, “El Señor no retarda sus promesas, según algunos la tienen por tardanza,…” (2 Pe. 3:9). Y eso se cumplió en la vida del patriarca Jacob. La promesa hecha muchos años atrás decía: “He aquí yo te haré crecer, y te multiplicaré, y te pondré por estirpe de naciones; y daré esta tierra a tu descendencia después de ti por heredad perpetua” (v. 4). Esta promesa tuvo que haberla mantenido Jacob en su corazón por todos esos años. Es posible que en no pocas ocasiones titubeó sin ver el cumplimiento de la misma. Pero ahora ha llegado a un momento donde ve con claridad el cumplimiento de esta promesa.
- 2. “He aquí yo muero; pero Dios estará con vosotros…” v. 21. Ninguna promesa podrá igualar aquella cuando la Biblia dice: “Dios estará con vosotros”. Esto significa que no importa quien no esté con nosotros, si Dios está con nosotros. En efecto, ya Jacob no estaría con esa gran familia, como el padre, esposo y líder de todos. Su ausencia sería muy notoria y objeto de gran llanto y dolor familiar, pero él asegura a su hijo José que Dios estaría con ellos. Los hombres como Jacob al final también mueren, pero el Dios de Jacob permanece para siempre. He aquí la más grande promesa de todas. Cuando las más severas tormentas sacudan nuestra débil “embarcación”, hasta casi hundirse, nos hace bien recordar lo que le dijo Jacob a su hijo José: “He aquí yo muero; pero Dios estará con vosotros…”. En esta vida nada es estable. Al final todo muere, pero la presencia de Dios siempre estará con nosotros. Al igual que Jacob, un día todos nosotros nos enfrentaremos al ocaso de la vida, pero será allí cuando más recordaremos cuan fiel ha sido Dios a la promesa de su presencia. “No te dejaré ni te desampararé”, nos dice el texto, y eso se cumplió en nuestra niñez, se cumplió en la juventud y también lo será en la senectud. Así que con una promesa de esta tamaño, decimos: “No temeré lo que me pueda hacer el hombre”. Amén.
CONCLUSIÓN: El peregrinaje de Jacob llegó finalmente a su ocaso. En su largo recorrido recordó cómo Dios le sostuvo en el pasado y cómo le rodeó con sus abundantes bendiciones, expresadas en una larga familia y muchas provisiones. Pero también recordó cómo la gracia de Dios continuó en su vida hasta el punto de poder ver otra vez al hijo amado que lo tenía por muerto desde muchos años atrás. Pero sobre todas las cosas, cuando ya estaba para morir recordó, que si bien era eminente e ineludible ese estado, Dios iba a estar con todos ellos. Esa era la más grande y necesaria promesa. Al igual que Jacob, cuando llegamos al ocaso de la vida, muchas cosas vendrán a nuestra memoria. Pero lo que más recordaremos con gratitud será que nuestro Dios fue fiel hasta el último suspiro de nuestras vidas. Que podamos llegar también al final de nuestros días como Jacob, impartiendo bendiciones a los hijos (Gn. 49). Si Dios, pues, nos diera esa bendición ¿cómo será nuestra historia final? ¿Cuál será el legado que le dejaremos a nuestra generación?
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