¡Te seguiré adondequiera que vayas! ¿De verdad?

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EL EVANGELIO EN MARCHA

¡Te seguiré adondequiera que vayas! ¿De verdad?

Por: César Pedraza

  No sé cómo será en tu país, pero en Chile se está congregando mucha gente “alrededor de Jesús”. De distintas denominaciones cristianas, muchos son los que participan en eventos colectivos, conferencias, capacitaciones, diálogos teológicos e incluso, por qué no agregarlo si estamos en eso, redes sociales. Algunos dirán: ¡donde haya algo relacionado con Jesús, allí estaré!

En Judea del primer siglo pasó algo parecido: “Viendo Jesús una multitud a su alrededor, dio orden de pasar al otro lado”. (Mat 8:18). Las multitudes rodeaban a Jesús. Los portentos de Jesús, sus milagros, sanaciones, expulsiones de demonios y enseñanza, le hacían capturar la atención de cientos y como dicen algunos relatos, miles. Pero todos sabemos que estas masas en el tiempo se diluyeron, y sólo unos pocos fueron fieles discípulos del Señor.

En este contexto, Jesús ordenó pasar a al otro lado del mar de Galilea, pues tenía un propósito que cumplir con sus discípulos y con un endemoniado en territorio de gentiles. Mateo 8 nos dice en el verso 19: “Y un escriba se le acercó y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas”. Un entusiasta escriba, docto en la ley, que había con toda probabilidad pasado por una rigurosa formación rabínica e incluso quizás enseñaba a otros, se acerca a Jesús. Este escriba sabía cómo “ser discípulo”, ya había pasado por toda una escuela formativa con éxito, y al notar que Jesús era un maestro de “otra categoría” le anuncia que le seguirá adondequiera que vaya.

La respuesta de Jesús no se hace esperar, y el verso 20 registra: “Y Jesús le dijo: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.”

Muchas opciones se han dado para tratar de explicar de mejor manera lo que Jesús está queriendo decir al escriba con su declaración. Pero quizá sea de mayor utilidad, para entender el ejemplo de las zorras y las aves, enfocarnos en la declaración adversativa “más el Hijo del hombre no tiene dónde recostar su cabeza”. Jesús viajaba de allá para acá, y no contaba con un lugar propio dónde reposar, es decir, llevar a cabo uno de los quehaceres más básicos del hombre, descansar.

 

JESÚS EXPULSADO DE GADARA

Se nos dice que es muy probable que en Capernaúm su lugar para “pernoctar” haya sido la casa de Pedro (Mateo 8:14). Pero aun así, vemos a Jesús expulsado de Gadara (Mat 8:34), fuertemente criticado en Galilea (Mat 12:22-37), rechazado en Nazaret (Mat 13:53-58), rechazado en Samaria (Lc 9:53), y condenado a muerte en Jerusalén (Mat 27:22-23). No tenía dónde volver. Jesús les hacía bienes (Hechos 10:38), y aun así la mayoría le rechazó. Las zorras salen a cazar pero tienen dónde volver, las aves vuelan por los cielos pero vuelven a sus nidos. El Hijo del hombre -humilde y sencillo, pero a la vez el mesías glorioso- (Dn 7:13-14), no tenía dónde recostar la cabeza, no tenía dónde volver, no tenía posesión ni refugio terreno.

Jesús destroza por completo la cosmovisión de discipulado de este escriba educado en la ley, que no podría evadir la referencia al título mesiánico “Hijo del Hombre”, pero que entraría en conflicto interno al escuchar que este “Hijo del Hombre” no tenía dónde recostar la cabeza. Jesús le invitaba a un viaje sin retorno, sin garantías de poder volver o gozar de un refugio permanente. Quien probablemente se formó bajo un maestro en una escuela o casa de preparación, y aunque le pudo haber significado salir de su hogar por un tiempo, pudo volver, es confrontado por el maestro de maestros para decirle que no hay garantía de un refugio terreno, ni de retorno. Sus aspiraciones de ser un verdadero discípulo hallaron estorbo en las palabras de Jesús. Quizás llegó a pensar que al ser escriba, correría con ventaja frente a pescadores, publicanos, y zelotes para ser un discípulo del Señor, pero al parecer este escriba tenía aún más para abandonar.

Mateo deja el relato en suspenso, para hablarnos de un segundo discípulo. Verso 21: “Otro de los discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre”. Es lógico pensar, por el argumento del texto, que este discípulo también quiere seguir a Jesús adondequiera que vaya, pero (quizá pudo enterarse de que será un viaje sin retorno) pone inmediatamente un “impedimento momentáneo”, y es: “permíteme que vaya primero y entierre a mi Padre”. En cuanto a este asunto, en líneas generales, se habla de dos posiciones:

(1) el hombre se refiere a ir y esperar a que muera su padre, (2) el hombre tiene a su padre muerto y debe enterrarlo.

No quiero generar una discusión con cuál de las dos es la más acertada, pero la cultura de la época nos dice que, para ambos casos, el Judío consideraba como un derivado de Éxodo 20:12 enterrar al padre. De hecho, de no hacerlo, tanto la Mishná como el Talmud privan de privilegios al infractor. Sería muy mal visto en la cultura judía que alguien no honre a su padre sepultándolo, más aún si acaba de morir.

La respuesta de Jesús no se hace esperar, y en el verso 22 se nos dice: “Pero Jesús le dijo: Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos”. Hay un mayor consenso en señalar que Jesús quiso decir: “deja que los espiritualmente muertos entierren a los físicamente muertos”, de ser así es más probable que el padre de este hombre estuviese realmente muerto. Lucas añade: “pero tú, ve y anuncia por todas partes el reino de Dios” (Lc 9:60). Jesús le llama a un quehacer que tiene por propósito anunciar vida entre los espiritualmente muertos, en contraposición a un quehacer en favor de los físicamente muertos.

Wilkins dice: “Los discípulos de Jesús deben guiarse por el mandato divino de honrar a sus padres, pero hay que prestar atención a la supremacía de Jesús como Señor y Maestro. Esta era la lucha típica de aquella cultura, intentando equilibrar la responsabilidad para con la familia y el compromiso con Dios, porque en varias ocasiones Jesús desafía a la multitud y hasta a sus propios discípulos a que no permitan que ningún compromiso familiar tenga prioridad sobre el compromiso con él (10:37-39; Lc 14:25-26).”

 

HOY ES LA MISMA HISTORIA

Jesús confrontó a ambos discípulos en base a sus propias pretensiones y declaraciones para sacar lo que había en el corazón de ellos. Hoy es la misma historia, y estamos ante la misma confrontación. Comencé diciendo que muchos se congregan alrededor de Jesús “fascinados” por lo que puede hacer, y declarando (o cantando) “Señor te seguiré adondequiera que vayas”, pero no son muchos los que deciden ser discípulos comprometidos, y estar dispuestos a menospreciar cualquier cosa que el mundo ofrezca. Sea seguridad, un lugar donde vivir, un nombre, una posición, un lugar al que volver, un testimonio que guardar, un padre o madre a los que honrar -de las formas que sea.

Por ejemplo, en estos días se escucha tanto de parte de los jóvenes: “estudiaré primero una profesión para honrar a mis padres y luego serviré al Señor”. El discípulo comprometido menosprecia estas cosas, no para estar cómodamente sentado viendo lo que “Jesús hace”, sino ¡para vivir como Jesús vivió! El apóstol Pedro dijo que Él nos dejó ejemplo para que sigamos sus pisadas (1 Ped 2:21) y no para que nos quedemos estáticos simplemente viendo cómo el Señor obra en otros y por medio de otros. Pedro lo sabía tan bien que, imitando las pisadas del Maestro terminó en una cruz al igual que aquel a quien un día decidió seguir.

 

JESÚS DEFINE LAS REGLAS

En esta historia, el escriba era impetuoso, y el otro discípulo más conservador, pero aparentemente ambos fallaron al permitir que “algo” en su corazón fuese más importante que Jesús. Es Jesús quien define las reglas del discipulado, y quien es un verdadero discípulo no nosotros. Y es este mismo Jesús todo lo que el verdadero discípulo necesita.

Alguien dijo: “el gran problema de los discípulos el día de hoy, es que quieren vivir mejor que el Maestro”. Hay un costo que debemos pagar por seguir al Maestro, ¿Estamos dispuestos a que todo quede en segundo lugar por amor a nuestro Señor?

Para concluir, es hermoso ver lo que continúa diciendo el texto en el verso 23: “Cuando entró Jesús en la barca, sus discípulos le siguieron”. ¡Sus discípulos le siguieron sin importar el costo! Seguir a Jesús los llevó directo a una tormenta, no a una vida de comodidades y placeres. Pero fue en esta tormenta que los discípulos pudieron ver la gloria del Maestro, y después de esta tormenta, el poder del Maestro liberando a un esclavo de Satanás y comisionándolo como el primer misionero gentil en Decápolis.

El resto, se quedó a la orilla del mar esperando que Jesús regresara para, simplemente, poder ver una vez más a Jesús hacer algo increíble. Que el Señor, en su gracia, nos permita ser verdaderos discípulos. Amén. Dios te Bendiga.