COMPARTIENDO DIÁLOGOS CONMIGO MISMO

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Por: Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
corcoba@telefonica.net

BUSQUEMOS TIEMPO PARA CRECER

(Pararse para prepararse y darse para enmendarse)

I.-  DETENERSE ANTE EL CULTO A LA VERDAD

Lo auténtico siempre nos mueve por fuera

y nos conmueve por dentro, hasta vernos

y conmovernos en la propia sombra diaria,

para incorporarse a un ámbito de evidencia,

con una actitud de asistencia y de escucha.

La verdad es el abecedario de los silencios,

los silencios son la expresión del Creador;

el Creador es el forjador de los mil sueños,

sueños que se revierten de imagen y voz;

voz que nos llama e imagen que nos llamea.

Todo ha de generar vida y hacerse camino, 

con un fiel proceder de aprendiz en guardia,

poniendo oído a lo que el Señor nos señala

en la cruz, el efectivo afecto del leal amor,

antes de que la mentira nos pare el corazón.

II.- CEDERSE A LA IDENTIFICACIÓN DE PALABRA

Con un ánimo dócil y sensato, saboreamos

el mensaje y sus conjugaciones universales,

gozamos de esa cercanía de pensamientos,

que nos hace sentir una mentalidad nueva,

y alentar aquello que se opone a lo sufrido.

Dios en la palabra nos retorna a la mística,

nos enternece con la visión del niño que fui,

y nos estremece con la ternura de su vuelta,

con la continuidad del tiempo y del espacio,

forjándose luz en cada pulso y a cada paso.

No se nos requiere que seamos inmaculados,

pero sí que estemos en vela y en movimiento,

en disposición de crecer y en posición de ser,

hijos de ese espíritu creativo que no muere;

como ese olmo vivo en los labios del alma.

III.-  OFRECERSE AL ACOMPAÑAMIENTO

No hay mejor ofrenda en vida, que el vivirse

desvivido por los demás, ofreciendo el don

de darse y de donarse en perenne clemencia,

para hallar modos de unirse con  lo armónico,

y de reunirse vinculados al calor del hogar.

La gran familia humana requiere acompasarse

y acompañarse, atender el clamor del indigente

y entender que hemos de correr a socorrerle,

para hacerle más fácil la vida aquí en la tierra,

y concebirle igual que a un hermano nuestro.

Acompañar la fragilidad es reabrirse al astro,

al astro solidario del reconocimiento del otro,

a la constelación de las manos que acarician,

al asteroide de los gestos de heroísmo diario,

a la gracia de Dios que nos crea y nos recrea.