La respuesta de Dios a un corazón quebrantado

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EL EVANGELIO EN MARCHA

MENSAJE DE CONSAGRACIÓN

La respuesta de Dios a un corazón quebrantado

(2 CRÓNICAS 7:13, 14)

 

Por: Rev. Julio Ruiz, Pastor de Iglesia Bautista Hispana Columbia, Falls Church, Virginia

INTRODUCCIÓN: Salomón cumplió el sueño que tuvo en mente su padre David: la construcción del templo de Jerusalén. En la dedicación de semejante obra, una de las maravillas de ese tiempo, Salomón hizo una de las oraciones más grandes que aparezca en la Biblia, propia de una ocasión como esa. Arrodillado delante del pueblo, y extendiendo las manos hacia el cielo, se aseguró de darle a Dios la preeminencia, pues aquella obra era por medio de él y para él. Así comenzó su oración dedicatoria:“Jehová Dios de Israel, no hay Dios semejante a ti en el cielo ni en la tierra, que guardas el pacto y la misericordia con tus siervos que caminan delante de ti de todo su corazón…” (2 Cr. 6:14).

El resto de la oración fue un recordatorio de las promesas hechas a David, especialmente en el pacto entre él y su pueblo. De igual manera la oración planteaba la necesidad “que tus ojos estén abiertos sobre esta casa de día y de noche…” v. 20. Lo demás tuvo que ver con las condiciones para que Dios escuchara la oración de su pueblo y perdonara sus pecados, cuando ellos le fallaran. Después de aquella significativa oración, la gloria de Dios se manifestó en forma de fuego, quemando el holocausto. En respuesta a eso Salomón hizo uno de los banquetes más grandes que se conozcan (2 Cr. 7:5). Y ya, una vez Salomón en casa, el Señor se le apareció de noche para decirle que había escuchado la oración. Que todo lo que dijo fue de su agrado y por consiguiente ahora establecería un pacto con él. Ese pacto tenía sus condiciones, entre las que aparece el texto que usaremos hoy:

 

“si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” v. 14.

 

  La respuesta a las oraciones, desde ese entonces hasta ahora, tiene que ver con estas condiciones. He aquí el secreto de las bendiciones. He aquí la manera cómo Dios obra.

 

I. DIOS OYE LA ORACIÓN DE SU PUEBLO CUANDO ESTE SE HUMILLA DELANTE  DE  ÉL

1. La humildad requerida v. 14ª. Es muy significativo que lo primero que Dios demande de su pueblo para dar respuesta a sus oraciones, y sobre todo en el comienzo de una nueva obra, sea el  humillarse. ¿Por qué razón? Porque “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Pe. 5:5). Se ha dicho que la carencia de la santidad es lo que debe llevarnos a humillarnos delante de Dios. Normalmente son los pobres, por carecer de recursos, los que tienen que humillarse ante el rico para conseguir el sustento. Pues nosotros también somos pobres, y por eso es que apelamos a las misericordias divinas. De esta exigencia divina se desprende que la mayor contradicción cristiana es un creyente orgulloso, soberbio, iracundo, mal genioso y descontrolado. ¿Qué se entiende por humillarse? Es, en efecto, poner a un lado la apariencia (el rostro que siempre presentamos), quitarnos las máscaras, despojarnos de nuestra propia justicia, romper con nuestros propios proyectos personales y ponerlos en los brazos del Padre celestial.

 

2. La humildad expresada. La oración “sobre el cual mi nombre es invocado” revela al pueblo que posee tal humildad. Nosotros somos los que llevamos e invocamos su nombre. No es cualquier cosa lo que está sobre nuestros hombros, al llevar su reputación sobre nuestros nombres. ¿Y cuál es el nombre que llevamos? Bueno, llevamos el nombre de cristianos, y una de las cosas que Cristo dijo fue: “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”. Así que nuestra reputación le afecta a él. El nombre de Dios o es glorificado o es blasfemado entre los hombres. De modo, pues, que cuando Dios pone el nombre sobre una persona corre un gran riesgo.

 

3. La humildad recompensada. El primer y gran fruto que produce el humillarse delante de Dios es que captamos su atención. Por consiguiente, si no nos humillamos, Dios no nos responde. El adverbio “entonces”, es una manera de decir “a partir de allí comenzaré a oír”.

 

Usted seguramente se pregunta, por qué muchas veces Dios no oye la oración. Bueno, aquí encontramos una respuesta.

 

La falta de humildad hace que la vida espiritual sea pobre y con un falso concepto de la grandeza. Por otro lado, cuando los hombres se han humillado delante de Dios, él no se tarda mucho en venir a levantarlos y engrandecerlos. “Oiré desde los cielos” es una promesa consoladora. El saber que contamos con un Dios que atiende nuestra condición es un gran consuelo, pues sabemos que al final será juzgada nuestra causa. Manasés fue un rey muy malvado, aunque fue hijo del gran rey Ezequías (2 Cr. 33:1-20).

 

II. DIOS PERDONA LOS PECADOS DE SU PUEBLO CUANDO ESTE BUSCA SU ROSTRO

1.“… y oraren…”. El orden que Dios establece en este texto tiene mucho sentido. Cuando uno se humilla delante de Dios, el deseo inmediato es querer hablar con él. Porque entendemos  que nadie más nos comprenderá y nos asistirá que el Señor en ese momento. Hermanos, cuánta bendición hay en una vida de oración. De cuantas cosas nos perdemos cuando dejamos de orar. La solución de tantas cosas por las que pasamos está en esta frase “y oraren”. La oración no tiene sustitutos. Hay poder en una vida llena de oración. En el caso que nos asiste, la oración del cual el Señor nos habla en este pasaje, es la oración de confesión. El contexto de este pasaje nos hace referencia a las faltas que el pueblo cometería contra Dios. En la oración de Salomón, él habla del pecado contra el prójimo; de ser derrotados en batallas, si los cielos se cierran y que no haya lluvia por causa del pecado; y si hubiera hambre y pestilencia por la misma causa (2 Cr. 6:22-31). Pero si el pueblo orare a Dios, entonces él oiría desde los cielos y perdonaría sus pecados. Déjeme decirle esto.

 

Toda oración es escuchada por Dios, pero ninguna respuesta es más rápida que aquella oración que lleva consigo el clamor de un corazón quebrantado por el pecado.

 En esto concuerdan las palabras de David: “El corazón contrito y humillado no desprecias tú…”.

 

2. “… y buscaren mi rostro”.  El más grande anhelo de Dios es el querer tener un encuentro personal con sus hijos. Aunque es un Dios infinito, también es un Dios cercano. Entonces, ¿qué significa  buscar su rostro? ¿No es lo mismo que orar? No, no es lo mismo. Usted y yo podemos orar sin buscar el rostro de Dios. De hecho así son la mayoría de nuestras oraciones. Buscar el rostro de Dios es un grado más de profundidad en la comunión con el Padre. Así como usted puede hablar con alguien sin mirar su rostro. Considere el caso de los niños cuando hacen algo malo y son reprendidos por sus padres. Es cierto que hablan con ellos, pero su cara pudiera estar en otro lado. De modo que no es extraño que el padre les diga: “¡Mírame a los ojos!”.  El asunto es que para poder mirar el rostro de alguien uno tiene que sentirse libre de culpa. Mirar el rostro es estar dispuesto a ser confrontado. Y es ahí donde muchas veces huimos fácilmente escondiéndonos aún en la misma oración para no ser confrontados por el Dios Eterno.

 

3. “… perdonaré sus pecados”. Esta es la garantía que tenemos todos los que nos humillamos, todos los que oramos, y todos los que buscamos el rostro del Señor. El asunto más importante en la vida de un ser humano es el poder experimentar el perdón de sus pecados. Nada arruina más el alma y el espíritu que el pecado. El hombre quedó separado de su Dios cuando obedeció una voz contraria en el huerto del Edén. Desde entonces el hombre quedó marcado por el pecado y el único que le puede perdonar es Dios. La promesa de este texto descansa en esta frase. No hay pecado tan grande que él no perdone. No hay ofensa tan grande que él no perdone. No hay faltas tan graves que él no perdone. Lo único que él no perdona es cuando los hombres abiertamente le  rechazan y hasta blasfeman contra él. Cuando eso hacen, incurren en la llamada “blasfemia contra el Espíritu Santo”, siendo este el llamado pecado imperdonable.

 

III. DIOS SANA NUESTRA TIERRA CUANDO HAY CONVERSIÓN DE LOS MALOS CAMINOS

1.Reconocer  los malos caminos  v. 14 d.  La primera impresión que da al leer este texto es que Dios está hablando al mundo inconverso. Pero la frase “sobre el cual mi nombre es invocado”,  pone de inmediato en consideración que Dios le está hablando a su pueblo, a sus hijos, a su iglesia. Entonces aquí surge la pregunta,

 

¿puede andar el pueblo de Dios en malos caminos? La respuesta es ¡Sí! Note que la oración dice, “y se convirtieren de sus malos caminos”. Dios sabe que su pueblo anda en malos caminos. Fue así en el pasado y lo es el presente

 

Siendo esta la causa por la que él retiene sus bendiciones en nuestras vidas. Pero hemos de saber que Dios no permanece indiferente ante el pecado. Él no puede tolerar nuestros malos caminos porque sería negar la obra expiatoria de su propio Hijo. Es por eso que él se vale de disciplinas correctivas para que volvamos a él. Todo esto porque nuestros actos están desnudos en su presencia y por lo tanto debiéramos actuar bajo el temor de no ofenderlo.

 

2. Sanaré su tierra. Este resultado final nos revela dos cosas. Uno es que la tierra está enferma. Hay en ella todo tipo de enfermedad y contaminación. Y esto es un hecho desde que Dios la maldijo cuando Adán pecó hasta acá. Ahora tenemos a una creación que “gime con dolores de parto” deseando ser redimida (Ro. 8:20-22). En segundo lugar, que nuestro arrepentimiento contribuye para su sanidad. Dos cosas nos dijo el Señor a este respecto. Por un lado, que nosotros somos “la sal de la tierra”, llamados a preservarla de la corrupción. Y también que somos la “luz del mundo”; eso es, los únicos que podemos despejar sus tinieblas. Así que el Señor sanaré nuestra tierra cuando su pueblo se humille, ore y  busque su rostro. Esto es lo que se conoce como avivamiento.

 

CONCLUSIÓN: Dios oye siempre nuestras oraciones, aunque no siempre responde según nosotros quisiéramos. Sin embargo, 2 Crónicas 7:14 es la más clara demostración en la Biblia sobre la forma cómo Dios responde. He aquí las condiciones: humillarse, orar y buscar su rostro. Esa actitud de un corazón quebrantado no desprecia el Señor. Usted tiene la garantía que si su corazón se quebranta delante del Señor, él viene a su encuentro y le levanta. ¿Lo hará usted?

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