EL EVANGELIO EN MARCHA
De mí será hallado tu fruto (Oseas 14:8). Nuestro fruto es hallado de Dios en cuanto a la unión. El fruto de la rama tiene su origen en la raíz. Si cortas la conexión, la rama se seca y no lleva fruto. Nosotros llevamos fruto en virtud de nuestra unión con Cristo. Cada racimo de uva ha estado primero en la raíz, pasó luego por el tallo, subió después por los conductos de la savia, y, por fin, se hizo fruto; pero primero estuvo en la raíz. Así también toda buena obra estaba primero en Cristo, y después dio su fruto en nosotros.
¡Oh! cristiano, aprecia debidamente esta unión con Cristo, pues ella es la fuente de toda la fertilidad que tú puedas esperar conocer. Si no estuvieras unido a Jesús, serías, en verdad, una rama estéril. Nuestro fruto viene de Dios en cuanto a providencia espiritual.
Cuando las gotas de rocío caen desde el cielo, cuando las nubes derraman su líquido tesoro, cuando el brillante sol hincha los granos del racimo, cada bendición celestial susurra al árbol y dice: «De mí es hallado tu fruto».
El fruto debe mucho a la raíz, pues ésta es necesaria para que haya fruto, pero debe mucho también a las influencias externas. ¡Cuánto debemos a la providente gracia de Dios, con la cual Él nos da constantemente avivamiento, enseñanza, consolación, fortaleza y todo lo que necesitamos.
A ella debemos la utilidad y virtud de que somos capaces. Nuestro fruto viene de Dios en cuanto a la sabia labranza. El filoso cuchillo del hortelano estimula la fecundidad del árbol, limpia los racimos y quita las ramas que están de más.
Así acontece, cristiano, con aquella poda a la que el Señor te somete. «Mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará; y todo aquel que lleva fruto, le limpiará, para que lleve más fruto.» Ya que nuestro Dios es el autor de nuestras gracias espirituales, démosle a Él toda la gloria de nuestra salvación. (Fuente: Soldados de Jesucristo)
/////////////////
Cómo pagarle a Dios
¿Qué daré al Señor por todos sus beneficios para conmigo? Alzaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor. (Salmos 116:12?14).
Lo que mantiene el pago de promesas libre del peligro de ser tratado como el pago de una deuda es que el pago, en realidad, no consiste en un pago ordinario, sino que es otro acto de recibir que magnifica la gracia continua de Dios. No engrandece nuestros recursos. Podemos observarlo en Salmos 116:12-14.
La respuesta del salmista a su propia pregunta, «¿Qué daré al Señor por todos sus beneficios para conmigo?», es, en esencia, que seguirá recibiendo beneficios del Señor, para que la inagotable bondad de Dios sea magnificada.
Primero, alzar la copa de la salvación significa tomar la satisfactoria salvación del Señor en la mano, beberla y esperar recibir más. Por eso digo que pagar a Dios en este contexto no consiste en hacer un pago ordinario: es un acto de recibir.
Segundo, ese también es el significado de la frase que le sigue: «invocaré el nombre del Señor». ¿Qué puedo darle a Dios porque, en su gracia, respondió a mi llamado? La respuesta es esta: volver a invocarlo. Le rendiré a Dios la alabanza y el tributo que él jamás necesita de mí, pero que siempre rebosa con beneficios cuando yo lo necesito (que es siempre).
En tercer lugar, el salmista agrega: «Cumpliré mis votos al Señor». Pero ¿cómo los pagará? Los pagará sosteniendo la copa de la salvación e invocando al Señor. Es decir, los pagará con la fe en la gracia venidera. (Por: John Piper)