Yendo a Él, vamos del destierro al hogar

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EL EVANGELIO EN MARCHA

Yendo a Él, vamos del destierro al hogar

Por: John Piper

Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven (Cantares 2:10). ¡He aquí, oigo la voz de mi Amado! ¡Él me habla! El buen tiempo se presenta sonriente sobre la faz de la tierra, y Jesús no quiere tenerme dormido espiritualmente mientras la naturaleza despierta del sueño invernal. Él me ruega que me levante; y tiene razón, pues he estado mucho tiempo entre las ollas de la mundanalidad.

Él se levantó, y yo me levanté en él. ¿Por qué pues tengo que estar apegado al polvo? De los amores, de los propósitos y de las aspiraciones inferiores quiero elevarme a Él. Él me llama con el dulce nombre de «amiga mía», y me considera hermosa. Éste es un buen motivo para que me levante. Si tanto me elevó y me trata tan amablemente, ¿cómo puedo permanecer en las tiendas de Cedar y hallar agradables compañías entre los hijos de los hombres?.

Él me dice: «Vente». Él me llama para ir lejos, muy lejos de todo lo que es egoísta, rastrero, mundano, pecador; sí, me llama del mundo exteriormente religioso, que no Le conoce y no simpatiza con el misterio de la vida superior. «Vente» no suena en mis oídos desagradable, pues, ¿qué hay en este desierto de vanidad y pecado que pueda sos-tenerme? ¡Oh, Señor mío! tú quieres que vaya a ti; pero yo estoy preso entre las espinas y no puedo zafarme de ellas como deseo.

 

Dios no está deprimido

El Señor hace nulo el consejo de las naciones; frustra los designios de los pueblos. El consejo del Señor permanece para siempre, los designios de su corazón de generación en generación. (Salmos 33:10-11)

«Nuestro Dios está en los cielos; Él hace lo que le place» (Salmos 115:3). La implicación de este pasaje es que Dios tiene el derecho de hacer lo que lo haga feliz, y cuenta con el poder para llevarlo a cabo. Esto es lo que significa decir que Dios es soberano.

Pensémoslo por un momento: si Dios es soberano y puede hacer lo que le plazca, entonces ninguno de sus propósitos puede ser frustrado. «El Señor hace nulo el consejo de las naciones; frustra los designios de los pueblos. El consejo del Señor permanece para siempre, los designios de su corazón de generación en generación» (Salmos 33:10-11).

Y si ninguno de sus propósitos puede ser frustrado, entonces él debe ser el más feliz de todos los seres vivientes. Esta felicidad infinita y divina es la fuente de la que el cristiano (hedonista) bebe y anhela beber más y más.

¿Se imaginan cómo sería todo si el Dios que gobierna el mundo no fuera feliz? ¿Qué pasaría si Dios fuera dado a la queja, el refunfuño y la depresión, como un gigante caprichoso que habita en el cielo? ¿Qué pasaría si Dios estuviera frustrado y abatido y deprimido y taciturno y triste y desanimado?

¿Podríamos entonces decir junto a David: «Oh Dios, tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua» (Salmos 63:1)? Lo dudo.

Todos nos relacionaríamos con Dios como los niños pequeños que tienen un padre frustrado, abatido, taciturno y desanimado. No pueden disfrutar su compañía. Solo pueden intentar no molestarlo, o quizás tratar de hacer algo para ganar un poco de su favor. El objetivo del hedonista cristiano es ser feliz en Dios, deleitarse en él, regocijarse en él y disfrutar de su comunión y favor.