El Juicio de Dios

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EL EVANGELIO EN MARCHA

El Juicio de Dios

Por:  Charles Stanley*

El castigo del mal entre las naciones demuestra que admitimos que el mal debería ser castigado. El justo gobierno de Dios demanda, así, que después de la muerte haya el juicio.

El Juicio de Dios: Romanos Capítulo 2

La conciencia deja al hombre sin excusa. Existe en el hombre un sentimiento de responsabilidad y, a causa de la caída, un conocimiento del mal y del bien. El hecho de que un hombre juzga a otro es prueba de esto mismo: «pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo».

¡Cuán cierto es esto, sea que se trate de judío, gentil o cristiano profesante! El hombre no puede engañar a Dios. «Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad».

«¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?»

¡Qué pregunta más solemne! Puede que juzguemos y castiguemos a otros por acciones malvadas en este mundo, pero si nosotros hemos de acudir con todos nuestros pecados a juicio —y el juicio ha de caer de cierto, y será según la verdad— ¿cómo escaparemos?

El castigo del mal entre las naciones demuestra que admitimos que el mal debería ser castigado. El justo gobierno de Dios demanda, así, que después de la muerte haya el juicio. Considera esta cuestión. Lector, ¿crees tú que escaparás del juicio de Dios?

Versículo 4. «¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?»

¿Cuántos son los que hacen esto? Desde luego, la forma en que se predica el arrepentimiento tiende a llevar a los hombres a menospreciar y a dejar de lado totalmente la maravillosa gracia de Dios. Muchos predican el arrepentimiento como una obra para salvación, como precediendo a la fe en las riquezas de la bondad de Dios.

 

LA BONDAD DE DIOS

Sabemos y creemos que la bondad de Dios al enviar a Su amado Hijo a morir por nuestros pecados nos lleva a y produce arrepentimiento en nosotros —y lo cierto es que sólo podemos conocer la profundidad de nuestro pecado y de nuestra culpa cuando llegamos a conocer las profundidades a las que Él descendió para salvarnos.

Así, la bondad de Dios nos lleva a un cambio total de pensamiento acerca de nosotros —al juicio pleno de nosotros mismos en profundo aborrecimiento de nuestros pecados y a una total confesión de los mismos ante Dios—, y al mismo tiempo a un total cambio de manera de pensar acerca de Dios.

Así, la diferencia entre la verdad y el error es ésta: No es nuestro arrepentimiento lo que lleva a o es causa de la bondad de Dios para con nosotros, sino que es la bondad de Dios la que nos lleva a y es causa del arrepentimiento en nosotros.

 

LA GRACIA DE DIOS

¡Oh, cuídate de menospreciar la gracia de Dios de tal manera que «por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios». Observa esto, tiene que ser o bien la bondad de Dios ahora y el arrepentimiento aquí, o bien el justo juicio de Dios en aquel día venidero de la ira en el futuro.

Algunos tienen dificultades en comprender el capítulo 2, versículos 6-29; otros han pervertido estas declaraciones como si enseñasen la salvación por las obras. Esto estaría en contradicción directa con toda la enseñanza de la epístola.

Así, ¿qué es lo que aprendemos aquí? En primer lugar, la justicia de Dios en Su recompensa al judío bajo la ley, o al gentil que no está? bajo la ley. Esto se declara de una manera clara y plena.

En segundo lugar, tenemos a continuación el interrogante: ¿Hay acaso ningún judío o gentil que responda a estos requisitos de Dios y que pueda recibir dicha recompensa?

EL DIA DE LA IRA

Comenzamos, así, con la certidumbre de que en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, Él «pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad». Del mismo modo, en aquel día, «tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo».

Esta es así la base del justo juicio sobre la que Dios actuará «en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio».

La policía pasa por las calles y arresta a hombres y los lleva para ser juzgados por crímenes públicos, pero, ¿no es igualmente cierto que la Muerte pasa por las calles como policía de Dios, para llevar a los hombres, que, tras la muerte, tendrán todos sus hechos secretos juzgados? ¿Podrás tú resistir este juicio escrutador?

Dios juzgara con justicia. «Tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo.» Todo quedará a descubierto —¡todas las cosas ocultas!

Es bueno meditar acerca de esto. De este justo juicio no habrá entonces manera alguna de escapar. El hombre, al ser dejado a sí mismo, se hundió a hacer el mal continuamente.

 

EL HOMBRE RELIGIOSO

Como hemos visto, todo el mundo gentil se había hundido en los más groseros pecados. ¿Qué, pues, acerca del judío, el hombre religioso? Sí, el hombre religioso —¿no es acaso él superior en todos los sentidos?

Se apoya en la ley, se gloría en Dios —el Dios único y verdadero. Conoce Su voluntad, esta? instruido y es un instructor, un guía confiado de los ciegos.

Ahora bien, si conoce la voluntad de Dios y la cumple, y si tiene la ley y la guarda, ¿no le dará esto confianza en el día del justo juicio?

Pero si no es hacedor de lo bueno, si es transgresor de la ley, ¿en qué sentido es él mejor que el gentil que no tiene la ley? Incluso aparece como peor. ¿Cómo puede entonces el judío, bajo la ley, comparecer ante Dios en juicio?

Lector, si esta es tu posición, la de un hombre religioso bajo la ley, y con el más sincero deseo de guardarla, pero quebrantándola, conociendo la voluntad de Dios pero sin hacerla, ¿cómo puedes comparecer ante Dios en justo juicio, por muy religioso que parezcas ante los hombres, para que cada secreto quede allí a descubierto? ¿Acaso todos tus esfuerzos te dan confianza ante el día de un juicio cierto?

 

*El Dr. Charles F. Stanley, es pastor de la Primera Iglesia Bautista de Atlanta