Respondió por todas sus ovejas

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EL EVANGELIO EN MARCHA

Respondió por todas sus ovejas

  Israel sirvió para adquirir mujer, y por adquirir mujer fue pastor (Oseas 12:12). Jacob describe así sus fatigas mientras alterca con Labán: «Estos veinte años he estado contigo. Nunca te traje lo arrebatado por las fieras; yo pagaba el daño; lo hurtado así de día como de noche, de mi mano lo requería. De día me consumía el calor, y de noche la helada, y el sueño se huía de mis ojos». La vida terrenal del Salvador fue mucho más fatigosa que la de Jacob.

  Él guardó todas sus ovejas hasta dar este último informe: «De las que me diste, no perdí ninguna». Su cabello fue mojado con rocío y sus guedejas con las gotas de la noche. El sueño huyó de sus ojos pues toda la noche estuvo en oración, luchando en favor de su pueblo. Una noche rogó por Pedro; luego intercedió por otro. Ningún pastor podría jamás proferir, por la dureza de su trabajo, lamentos semejantes a los que hubiera podido proferir Jesucristo por la dureza de los que Él realizó para conseguir a su esposa.

  «Las frías montañas y el aire de medianoche fueron testigos del fervor de su oración. El desierto conoció sus tentaciones, sus conflictos y también su victoria.» Labán exigió a Jacob todas las ovejas. Es agradable detenernos a considerar el paralelo espiritual de este hecho. Si las ovejas eran arrebatadas por las fieras, Jacob tenía que pagarlas. Si alguna de ellas moría, él tenía que responder por ella, pues era fiador de todas.

  ¿No fueron los trabajos de Jesucristo por su Iglesia, los trabajos de uno que estaba bajo las obligaciones de fiador, y que, por lo tanto, tenía que llevar salvos a todos los creyentes a las manos de aquel que se las confió a su custodia? Mira al fatigado Jacob y ve en él una representación de aquel de quien leemos esto: «Él, como pastor, apacentará su rebaño».

 

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Nada intentemos sin la mediación del Espíritu

  No contristéis al Espíritu Santo (Efesios 4:30). Todo lo que el creyente tiene debe venir de Cristo, pero viene únicamente por el canal del Espíritu de toda gracia. Además, así como todas las bendiciones van a ti por medio del Espíritu Santo, también los pensamientos santos, el culto fervoroso y los actos de bondad no pueden salir de ti sin la obra santificadora del mismo Espíritu. Aun la buena simiente (si fuese sembrada en ti) no germinaría si el Espíritu no obrara en ti «así el querer como el hacer por su buena voluntad».

  ¿Deseas hablar por Jesús? ¿Cómo lo podrás hacer si el Espíritu Santo no toca tu lengua? ¿Quieres orar?, ¡qué pesada resulta esta obra si el Espíritu no intercede por ti! ¿Deseas vencer el pecado? ¿Quieres ser santo? ¿Quieres imitar a tu Maestro? ¿Deseas ascender a las más encumbradas alturas de la espiritualidad? ¿Anhelas ser como los ángeles de Dios: lleno de celo y ardor por la causa del Maestro? Sin el Espíritu no puedes hacer nada de esto.

  «Sin mí, nada podéis hacer.» ¡Oh, pámpano de la vid, tú no puedes llevar fruto sin la savia! ¡Oh, hijo de Dios, aparte de la vida que Dios te da por medio de su Espíritu, no tienes vida en ti mismo! No lo contristes, pues, ni provoques su ira con tus pecados. No lo apaguemos en ninguna de las delicadísimas operaciones que lleva a cabo en nuestras almas; cumplamos cada una de sus sugestiones y estemos prestos a obedecer todos sus impulsos.

  Si el Espíritu es en realidad tan poderoso, no intentemos nada sin Él. No empecemos ningún proyecto, ni prosigamos ninguna empresa, ni cerremos ningún trato sin implorar su bendición. Convenzámonos de que sin Él somos enteramente débiles, y dependamos solo de Él, haciendo nuestra esta oración: «Abre tú mi corazón y todo mi ser para que puedas entrar, y susténtame con tu libre Espíritu cuando yo lo haya recibido en mi corazón».