La marcha de la fe

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(ÉXODO 14:1-30) V. 15

Por: Rev. Julio Ruiz

INTRODUCCIÓN:Una maestra contaba a sus alumnos el relato del cruce del mar rojo con mucha pasión, diciendo: “Y extendió Moisés su mano sobre el mar, e hizo Jehová que el mar se retirase por recio viento oriental toda aquella noche; y volvió el mar en seco, y las aguas quedaron divididas. Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas como muro a su derecha y a su izquierda (14.21-22)”. Danny, un chico de nueve años, muy despierto como son ellos a esa edad, salió corriendo de su aula de Escuela Dominical. Sus ojos se movían en todas las direcciones buscando a sus padres. Cuando por fin halló a su padre, lo tomó por las piernas y le dijo a gritos: “Papi, ¡esa historia acerca de Moisés y todo aquel pueblo que cruzó el Mar Rojo fue fenomenal!”. El padre del niño miró a éste, sonrió, y le pidió que le contara. “Los israelitas salieron de Egipto, pero Faraón y su ejército los persiguieron. El pueblo corrió tan rápidamente como pudo hasta el Mar Rojo. El ejército egipcio estaba cada vez más cerca, así que Moisés se puso en su radioteléfono portátil y le ordenó a la Fuerza Aérea Israelí que bombardeara a los egipcios. ¡Mientras esto sucedía la Marina Israelí construyó un puente de lanchas y el pueblo llegó hasta la otra orilla!”. Aquel padre se asombró y le preguntó. “Hijo, ¿fue así como lo oíste?”. El chico respondió: “¡No, pero si te lo contara de la manera como nos lo contó la maestra, jamás lo creerías!”. Y la verdad que este milagro, tan único en la Biblia, ha dado lugar para que muchos lo ridiculicen, buscándole otras explicaciones científicas, con tal de no creer lo que Dios hizo en ese momento.  (v.14.21-22). Pero aparte de lo que otros puedan pensar, en este relato se encuentra unos de los retos más grandes de toda la Biblia: “Di a los hijos de Israel que marchen”. Pero, ¿hacia dónde iban a marchar? ¿No habían llegado a un punto sin retorno? ¡Sí! Pero el Señor les ordenó marchar, lo cual planteaba un reto sin precedente. Dios libró a su pueblo para que marche. No podemos quedarnos en el mismo sitio.  Es verdad que frente a un nuevo reto, lo más fácil pareciera ser que retrocedamos. Pero el llamado es a marchar. ¿Qué sucede mientras marchamos?

I. MIENTRAS MARCHAMOS EN FE HAY CAMINOS QUE SE CIERRAN

1. Callejón sin salida (v. 2). Cuando Dios ordenó a Moisés que llevara al pueblo de Israel en dirección contraria, quedaron en una especie de callejón sin salida. Era el blanco perfecto para ser atacados por el Faraón. De modo que allí estaban los israelitas atrapados y sin esperanza entre el mar y el temible ejército de Faraón. Israel sabía de la crueldad de aquellos hombres. ¿Cuál era la situación? ¡Que estaban acorralados!  A un lado tenían a Migdol con sus desiertos de arena intransitables; al otro lado estaba el mar Rojo, ¡imposible ir por allí! Al lado oriental estaba la intransitable sierra de Baal-Zefón.  La única manera de escapar era devolviéndose por la misma ruta de donde venían. Pero, ¿cómo regresar por allí? Todo el ejército egipcio estaba apostado en ese lugar listo para atacar. Usted y yo tenemos que imaginarnos el tremendo aprieto en el que se encontró Moisés. Dos millones y más de personas estarían gritando al mismo tiempo. Pero la verdad de todo esto es que, cuando no veamos ninguna salida es porque Dios está ocupado en abrir el camino por donde jamás pensamos salir. Las puertas que Dios abre no son necesariamente la de las casas. Él abre puerta en la roca endurecida, en el anchuroso mar y en los ríos impetuosos.

2. La asechanza del enemigo (v. 7).  La escena a la orilla de las playas del mar rojo nos revela un cuadro de imposibles humanos. La llegada del faraón a esta parte del camino creó todas las condiciones para un genocidio total. El faraón no quería un ejército de marcha lenta, sino que buscó el elemento más móvil y rápido que tenía entre sus fuerzas. Seiscientos carros escogidos representaban una amenaza real y un desenlace fatal. Pero lo que el enemigo no sabe es que mientras él selecciona todo su poderío para amedrentar a los creyentes, Dios se va a glorificar en lo que el enemigo hace. Hay una verdad solemne en todo esto. Vienen ocasiones a nuestra vida donde Dios pareciera llevarnos a ciertas situaciones de gran dificultad, en donde no vislumbramos posibles salidas. Pruebas que las creemos insuperables. Especies de paredes donde pareciera no haber escapatorias. Pero no piense usted que por cuanto se le ha cerrado el camino en su marcha, todo se ha acabado. ¡No se desanime! Usted no marcha solo, cuenta con el mejor aliado. Dios abre las puertas donde todo se ha cerrado. Israel aprendió eso apenas comenzando el camino de su libertad. La buena noticia es que cuando se cierra una puerta, ya Dios ha abierto la otra. Así es él.

II. MIENTRAS MARCHAMOS EN FE VIENEN LOS TEMORES AL FRACASO

1. Del gozo al miedo (v. 10). El faraón y su ejército no tuvieron que hacer mucho esfuerzo para alcanzar al Israel. La huida de ellos de Egipto fue a pie, lo cual supone un lento y pesado viaje. Como era obvio, la salida a la libertad tenía que ser el tema de obligadas tertulias. Pero de repente todo cambió.   El gozo de la libertad pronto se convirtió en un temor colectivo. La algarabía del pueblo en fiesta fue transformada por manos sudorosas, piernas debilitadas y en comentarios desaforados.  La visión del enemigo hizo olvidar por un instante la demostración del poder de Dios, jamás vista antes. Cuando ellos vieron los carros del temible enemigo, tirado por rápidos y valientes guerreros egipcios, palidecieron y se turbaron en gran manera. El texto nos dice que temieron y clamaron. La palabra que traduce acá por “clamar” tiene implícita la idea de clamar a causa de una gran angustia.  Las malas noticias tienen la misión de robar el gozo e infundirnos miedo. Al creyente le pasa como a Israel en ese momento. La presencia de un enemigo superior le hace olvidar por instante al Dios que pelea sus batallas. El temor por rotundo fracaso paraliza el testimonio y nos hace olvidar las promesas divinas. Los temores tienen la misión de detener marcha.

III. MIENTRAS MARCHAMOS EN FE JEHOVÁ PELEA POR NOSOTROS

1.”¿Por qué clamas a mí?” (v. 15).  Esta pregunta de parte de Dios es interesante porque pareciera verse como algo irónico, sobre todo por la situación de desespero del pueblo y la enorme responsabilidad de Moisés. “¿Y a quién más debería clamarle?”, pudiera haber respondido Moisés”. ¿Acaso no le había prometido Dios a su siervo Moisés que él llevaría a su pueblo hasta el desierto? Pero la verdad de esta pregunta es mostrarnos  la importancia del ejercicio de la fe en un momento tan decisivo como aquel. Lo que Dios le está diciendo a Moisés es: “Mira, ya te dicho lo que voy hacer. No me sigas pidiendo mi ayuda. Ya no ores más sobre esto. Simplemente da la orden para que el pueblo marche. Solo espero tu orden para actuar”. Es tan consolador saber que mientras marchamos ya el Señor ha determinado su plan de acción. Bien puede decirse que Egipto iba a ser testigo de la décima primera plaga. La última donde acabaría con su poderío militar. Qué bueno es recordarnos que si Jehová pelea por nosotros, debemos estar tranquilos (v. 14). Si el Señor está en control de todo, ¿por qué afanarnos? Si él nos ha asegurado la victoria frente a todos los enemigos, ¿por qué hemos de atemorizarnos? La orden es marchar. No nos detengamos frente al desánimo, frente a los cambios, frente a la incertidumbre. Recordemos que el Señor es “Jehová de los ejércitos”, por lo tanto, él sabrá cómo pelear por nosotros.

IV. MIENTRAS MARCHAMOS EN FE SE ABRE LA PUERTA DE LO IMPOSIBLE

1 El viento de Dios (v. 21). Dios no siempre abre caminos en la dirección que vamos, sino en la menos que pensamos. No había camino abierto para Israel, sino hacia arriba, y por allí vino la liberación. El viento que sopló aquella noche, no fue el que los incrédulos han tratado de explicar. La ABC de España ha publicado lo siguiente: “Los investigadores consideran que un viento de cien kilómetros por hora sopló desde el este durante doce horas hasta dejar al descubierto un lecho barroso de algo más de tres kilómetros de largo por casi cinco de ancho por un período de cuatro horas. Este fue el tiempo suficiente para permitir el paso de los israelitas así como para que llegaran sus perseguidores egipcios, que luego fueron tragados por las aguas cuando volvieron a unirse”. El presente estudio hecho por la universidad de Colorado hay que darle crédito, pues esto es lo que la Biblia dice. Solo que aquel viento no vino como algo natural aquel día,  sino que fue el “viento de Dios”. Nuestra fe es como la vara de Moisés que al golpear sobre el mar de la dificultad, entra en acción el viento de Dios para que se abra la puerta de lo que nos parece imposible.

CONCLUSIÓN: Obedecer la orden de marchar cuando parece imposible es un acto de fé. Al momento cuando el pueblo Israel pensó que estaban atrapados y sin esperanza entre el mar y el ejército del temible Faraón, Dios abrió camino en el mar. Y el camino que llegó a ser el escape para el pueblo de Israel se convirtió en el camino de la derrota para los egipcios. El milagro del cruce del mar rojo fue la prueba que Dios puso punto final a la esclavitud de Egipto. Allí Dios derrotó al enemigo. Y lo seguirá Dios haciendo. Su pueblo debe seguir su marcha. Dios le ha prometido pelear por él. La orden que Dios dio a Moisés en aquel entonces, es la misma para la iglesia de hoy. “Dí a este pueblo que marche”, debe nuestra consigna siempre. Hemos sido salvos para marchar. Digamos como Débora en su cantro triunfal: “Marcha, oh al mía con poder” (Jue. 5:21) Tengamos la resolución de Hebreros 10:39. Nosotros no somos de los que retroceden… marchemos en fe.

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Le invitamos a que escuche nuestro programa: La Palabra Expuesta, en la WUST 1120 AM, Todos los lunes a la 1:00 pm.

Julio Ruiz, es pastor de La Iglesia Bautista, Ambiente de Gracia, ubicada en 5424 Ox Rd. Fairfax Station, VA 22039 (pastorjulioruiz55@gmail.com)